Capítulo VII

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El sonido de mis zapatos resonaba por los solitarios pasillos del castillo

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El sonido de mis zapatos resonaba por los solitarios pasillos del castillo. El suelo era de mármol, lo que hacía que el eco se incrementara notablemente.

Mal momento para tener tacones.

—¡Maldita sea! —susurré frustrada mientras me apoyaba en la oscura pared del pasillo—, ¿habrán empezado a buscar ya?

Alcé mis piernas por encima del vestido y me saqué las zapatillas. Las cogí por las agujas del tacón con una mano y volví a retomar el paso, esta vez, más fácilmente y sin hacer ruido.

¿Dónde se habrían metido todos los invitados? No había ni una señal de vida, y mucho menos se escuchaba algún sonido. Probablemente estaban escondidos en las salas del castillo; sería peligroso si me metía en alguna. Pero aun así debía hacerlo, no había otra forma de ocultarme.

Avancé unos cuantos metros en el corredor oscuro y me metí en la primera puerta a la izquierda que encontré. Los bordados en la madera de esta eran demasiado finos y derrochaban poder económico.

La cerré de vuelta con el mínimo ruido posible y observé la habitación. Era un cuarto de huéspedes, no tan extravagante como serían los principales, pero sí jodidamente amplio. La gran cama matrimonial estaba colocada en mitad del lugar; a su derecha se veía un tocador y otra puerta de madera oscura; a su izquierda sólo había un espejo enorme de cuerpo entero y un gran ventanal hacia los jardines.

Moví mi cabeza con nerviosismo hacia todos lados, ¿dónde podía esconderme? ¡todos los lugares eran demasiado obvios!

—Mierda —susurré.

Entonces, cuando me dirigí hasta la gran cama, me detuve en seco en mi sitio y abrí mis ojos al recordar. Ellos me olieron. El guardaespaldas y el hombre de máscara oliva. Podían, de alguna manera, oler mi aroma. Si entraban a este lugar, daba igual dónde me ocultara, olerían mi perfume.

—¡Joder, rectifico —maldije mientras me acercaba con prisa hasta el tocador—, no son vampiros, más bien parecen perros!

Abrí el primer cajón y revolví entre los objetos para buscar algo más útil.

No había nada.

Fui hasta el segundo cajón, y de este al tercero, donde por fin sostuve entre mis manos lo que necesitaba: otro perfume.

Sin tiempo que perder, comencé a rociar toda la habitación con el fuerte olor, impregnando cada parte de ella. Cuando alcancé la puerta, escuché un efímero sonido de zapatos en el pasillo y sentí que se me bajaba la tensión.

Comencé a ponerme nerviosa, y sabía que no me daría tiempo de esconderme bajo la cama. Lo primero que vi en ese momento fue el gran espejo, y como alma que lleva el diablo, me puse tras de él, subiendo de puntillas sobre su pequeño saliente bajo y sujetando mi vestido para que no se viera su cola por la rendija del suelo.

Eternity ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora