Capítulo XII

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No podía ni seguir de cerca el apresurado ritmo que marcaba Raine

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No podía ni seguir de cerca el apresurado ritmo que marcaba Raine. Andaba con eficacia y elegancia por los pasillos, girando y perdiéndose en la inmensa oscuridad de cada uno de ellos, conmigo detrás. Después de lo que me pareció una eternidad, ella se detuvo frente a dos grandes puertas al final de uno de los oscuros corredores, y antes de tocar suavemente con los nudillos en la madera, me dedicó una mirada que no supe descifrar.

Inmediatamente, abrió una de ellas al girar la manilla y me metió dentro de la estancia para cerrarla tras de mí. Tragué saliva ruidosamente y me giré para contemplar el lugar en el que estaba, o mejor dicho, para contemplar el aspecto de la guarida del lobo.

Matices oscuros inundaban la habitación, al igual que en la mía, aunque el color predominante en esta era el gris. Sin duda medía el triple que mi estancia, y la elegancia, tranquilidad y antigüedad de la misma se respiraba en cada detalle.

¿Te gusta?

Di un brinco en mi sitio y me llevé una mano al pecho antes de encarar al dueño de la voz. Estaba apoyado en una de las esquinas del lugar, justo la que estaba al lado de los portones, quedando en un punto ciego para todo aquel que entrara. VladDrăculea me miraba inalterable, con la suave luz nocturna dándole de lleno en su marcado rostro, haciendo aún más azules sus iris. Apenas se había cambiado la ropa que llevaba antes en el recinto, pues sólo sus pantalones eran ahora de tela oscura, más parecidos a unos que llevaría para estar más cómodo.

De igual manera, odiaba admitir que le quedaban demasiado bien.

—M-me has asustado —él se irguió rápidamente de su lugar y se acercó hasta pararse frente a mí, imperioso. Su sola presencia volvía a perturbarme como ninguna otra, y me sentí imbécil por dejar que me influenciara de esa manera—. ¿Qué hago aquí? ¿Qué significa todo esto? Quiero explicaciones.

—No estás en posición de pedirlas —rió, y yo fruncí mi ceño con ira—. Estas aquí para cumplir mis órdenes, ahora eres mi sclav, una simple esclava más.

¿Qué diablos? ¡Será idiota! Esclava su abuela; no iba a seguir ninguna de sus órdenes.

—¿Quién te crees que eres? —apreté mi puño a un costado. Vlad ni se inmutó, sólo cruzó sus musculosos brazos sobre su pecho mientras una sonrisa de diversión surcaba su rostro—. ¿Quién os creéis que sois para arrebatarme mi libertad? ¡Esto es secuestro! ¡Mi amiga me buscará y llamará a la polic-

—¿Crees de verdad que no podemos hacerlo? ¿Aún no entiendes tu situación?

Retrocedí unos pasos hasta que su mano se afianzó sobre mi muñeca, sujetándome. Me retorcí ante su agarre, intentando en vano liberarme, al igual que la primera vez en la torre del castillo.

—¡Suéltame! —chillé—, ¡no me toques, imbécil!

Vlad carcajeó ante mi insulto y de un tirón me atrajo hasta su pecho, abrazándome contra él. Sentí sus brazos rodear mi cintura y sus grandes manos descansar en mi lumbar mientras me dedicaba una burlona sonrisa.

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