Capítulo XXVIII

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Me estaba ahogando

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Me estaba ahogando.

Sentía cómo mis pulmones me quemaban; mi tórax intentaba ensancharse sin éxito para buscar aire, y todo lo que podía hacer era tragar más agua. En el momento en que creí que perdería la conciencia, un jalón a mi cabello hizo que mi cabeza saliera del cubo en la que estaba sumergida.

Empecé a dar grandes bocanadas del preciado oxígeno, mientras mis oídos captaban las carcajadas de los hombres que vigilaban la sala. Caín bajó su boca hasta al lado de mi mejilla, y sentí su rasposa barba aruñar mi piel.

—¿Te encuentras bien, princesa? —preguntó con sorna, claramente burlándose de mi.

Giré mi cabeza todo lo que su agarre en mi cabello me permitió y lo miré, en silencio. No dije ni una palabra, exactamente como llevaba haciendo todas estas semanas desde que Ylia consiguió que recuperara mis recuerdos. Al contrario de lo que seguramente tuviera planeado que sucediera —que le gritara, insultara, y luchara para que me liberara—, me limité a sonreírle. Caín abrió sus ojos incrédulo; yo sabía que nada estaba saliendo como lo había planeado en esta tortura, y eso lo frustraba.

Mi cuerpo ya no era el mismo; no quedaba rastro de la chica que una vez fui. Había bajado de peso con mucha rapidez; si levantaba mi rota camiseta podía ver mis costillas salir un poco por la delgadez. Estaba pálida, llena de moretones; el labio roto y el pelo hecho una maraña de nudos. Aún así nunca me rendí, nunca dejé que Caín pensara que tenía el control sobre mí.

Apenas había podido sacar alguna información sobre el exterior. Los guardias que vigilaban mi celda cuchicheaban sobre una cacería; Vlad y su servidumbre abandonaron el castillo ya que vânătorii arrasaron durante el día con la mayoría de ellos. Se había formado una guerra, una guerra que los cazadores habían estado planeando durante años... algo que los vampiros no se esperaban por culpa de ese supuesto tratado de paz.

Cerré mis ojos con fuerza al notar el tirón en mi cabello que me obligó a ponerme en pie. Caín, sin piedad alguna, me arrastró por los pasillos de vuelta a mi ya conocida prisión. Era así todos los días: la pasaba en esa celda, y sólo salía para ser torturada por él cuando volvía de sus expediciones.

—Deberías agradecer el baño que acabas de darte, Lena. Esta noche tienes que estar radiante, ¿sabes por qué?

Ni siquiera le miré a la cara, lo que hizo que se enfadara en sobremanera y su mano impactó en mi rostro a los segundos. Me quedé en el suelo, mirándolo sin expresar el dolor que sentía.

—Tu actitud me está hartando, ¡respóndeme cuando te hablo! —hizo una pausa, con sus dedos se masajeó el puente de su nariz y cogió aire—. Bueno, yo te lo contaré, debes estar radiante para tu encuentro con tu vampiro. ¿No estás feliz?

Entonces lo miré a los ojos. ¿Vlad? ¿Cómo...?

—Verás princesa, si el primero aún no nos ha atacado, es porque conoce tu situación. Sabe que si nos pone una mano encima te mataremos, eso no podría soportarlo por segunda vez, ¿verdad? —río—. Deja que su gente muera sin mover un solo dedo por tu culpa.

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