Capítulo XXV

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Corte Real, Rumanía, siglo XV

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Corte Real, Rumanía, siglo XV

Mi queridísima Ilona, brillas más que el mismo sol esta noche.

Con una sonrisa extendida por mi rostro al escuchar esa voz, me giré para encontrarme con los verdes y profundos ojos del comandante de nuestro ejército. Extendí mi mano y al momento la sostuvo para dejar un suave beso en su dorso.

Mi Lucian, como siempre tan halagador —me dedicó otra sonrisa enseñando su dentadura, y me atrajo hacia él en un abrazo—. Te he echado de menos, idiota mío.

—Y yo a ti, mi amor —suavemente me separó de su fuerte torso, oculto bajo una armadura de tela negra y una larga capa que le daba el prestigio que se merecía como un alto mando.

Hacía tres meses que no veía a Lucian. Él se encargaba de dirigir a las tropas en época de conflicto y, en las de paz, de mantener el orden. Tan noble y respetado hombre era querido por todos en el país por sus hazañas, y por ese mismo motivo, también era uno de los candidatos perfectos con el que desposarse.

Las jovencitas revoloteaban a la mínima oportunidad a su alrededor en busca de su atención, y mentiría si dijera que sólo sus condecoraciones son el atractivo de mi mejor amigo, porque además él era demasiado guapo.

El cabello castaño claro, sus ojos verdes más parecidos a los de un gato, su mandíbula dura y afilada. Sí, sin duda Lucian era hermoso.

Apostaba a que ahora mismo, la gran mayoría de las féminas matarían por estar en mi lugar, y no las culpo. ¿Qué otra muchacha tiene la suerte de decir que el comandante Lucian está presente en su fiesta de presentación a la sociedad rumana? La Corte Real está a rebosar para mi alegría, lo que significa que tendré muchos pretendientes entre los que elegir para casarme.

¿Lucian era una de mis opciones? Sí. Sin embargo, al pasar gran parte de mi vida junto a él manteniendo una férrea e inocente amistad, hace difícil que cualquier otro sentimiento florezca en mí. El comandante me atraía, pero yo buscaba amor.

Por esa razón, evadí con disimulo a Lucian mientras hablaba animadamente con mi madre, y me perdí entre el gentío que brindaba y bailaba a mi salud.

Muchos me paraban y felicitaban por mi entrada a la sociedad. Ahora era una mujer adulta.

Les sonreía y agradecía por sus halagos; muchos hombres se acercaban a mí para recibir una oportunidad de cortejo. Mi madre me lo dijo miles de veces: yo iba a ser un tema del que hablar por bastante tiempo hasta que me atara a un hombre, pues el apellido Szilágyi tenía prestigio y poder.

Mi familia es dueña de extensos terrenos y cientos de esclavos. Sin duda, mi esposo heredaría toda esta fortuna y poderío, por lo que mi elección debía ser hecha con sensatez.

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