Capítulo XXXI

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El grito del rey de los vampiros sonó tan fuerte y gutural, que casi parecía que había temblado el edificio entero con la fuerza de su voz

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El grito del rey de los vampiros sonó tan fuerte y gutural, que casi parecía que había temblado el edificio entero con la fuerza de su voz. Yo grité con él al ver cómo se había incrustado el cuchillo en medio de su espalda, y cómo su cuerpo se desplomó mientras se retorcía de dolor.

Todos los vampiros de la sala, que podrían ser perfectamente más de cien, se miraron entre ellos, estupefactos. En sus ojos rojos se podían leer el miedo y la duda.

Gateé hasta poner mis manos sobre su espalda y agarrar el cuchillo por el mango. Con una fuerza que ni yo misma sé de dónde vino, tiré de él hasta que salió escupiendo sangre hacia mi rostro y cuerpo. Comencé a hiperventilar y a temblar mientras miraba el cuerpo de Vlad, esperando algún tipo de reacción, pero no hubo nada.

No te esfuerces, mi querida Ilona —Eirene comenzó a hablar mientras sus tacones resonaban en la estancia al alejarse—. Ese cuchillo estaba bañando en agua bendita. Al final tendrá el mismo destino que su fiel perro, Dorham.

No, no, ¡NO! No es cierto...

Un suave manto de murmullos se extendió por toda la sala desde que dijo que era agua bendita, pues todo vampiro sabía que esa era el arma más letal e incurable. Por ello, dando por hecho que su rey ya estaba irremediablemente muerto, los ojos de todos los vampiros se dirigieron a la segunda. Quien ahora sería la primera.

Y se arrodillaron frente a la nueva reina de los vampiros.

Eirene sonrió con gusto e inhaló profundamente mientras cerraba los ojos, disfrutando su tan esperado momento de gloria. Caminó con lentitud hasta el asiento que antes ocupada al lado de los vânatori, ahora manchados con su sangre y se sentó, mirándome a los segundos y ensanchando más su sonrisa mientras lentamente señalaba hacia mi con su dedo índice.

Maten a la humana, hijos míos. Y luego desháganse de ese viejo cadáver.

Tras dar su clara orden, decenas de ojos rojos se posaron sobre mí y el cuerpo de Vlad como si fuéramos un simple trozo de carne. Él no se movía, y la mancha roja en su espalda se iba extendiendo más y más. Lo único que me quedaba era suplicar; pero mi orgullo nunca me dejaría suplicarle a Eirene.

Me eché encima del cuerpo de Vlad y lo protegí con mis brazos mientras los vampiros nos rodeaban lentamente. Parecía que la historia se repetiría, parecía que de nuevo nuestro destino era encontrarnos con la muerte una vez más, aunque lo más triste sea que ahora que había recuperado los recuerdos de Ilona, no haya podido disfrutar plenamente de él en esta vida; que no hayamos tenido la oportunidad de enamorarnos del otro por segunda vez.

—Lo siento, Vlad —murmuré mientras ahogaba un sollozo, no quería verme débil delante de ellos. No más—. Lo siento por ser tan débil, por no ser capaz de hacer algo para cambiar el rumbo de las cosas. Por no poder salvarte nuevamente...

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