No puedo creer lo que mis ojos acababan de ver, esto ha sido obra de su novio, maldito hijo de puta, le ha lastimado los brazos, ¡joder! Tampoco puedo creer todo lo que estoy sintiendo, tengo tantas ganas de abrazarla, de protegerla, de decirle que a mi lado eso nunca le pasaría, de pedirle que lo deje y que yo voy a cuidar de ella, y no soltarla nunca más, que quiero salir corriendo y hacer picadillo al infeliz de su novio, pero mi orgullo: mi maldito y jodido orgullo no me permite decir las palabras, eso significaría mucho, demasiado, y sea como sea, no puedo dejar que esos ojos gatunos que ahora sólo reflejan dolor me conviertan en otro.
Ella sale corriendo prácticamente del salón de clases y aunque le ordeno a mis pies no moverse, salgo corriendo detrás de ella. Me está ganando la batalla, ella lo está logrando y no se termina de dar cuenta, tampoco yo lo hago, me gusta fingir que esto sigue siendo un juego.
—Oye —la llamo—, espera, Clarisa —vuelvo a llamarla, no se detiene así que no tengo de otra que adelantarla y ponerme frente a ella, eso funciona, se queda quiera, me atrevo a tomar su quijada con calma y la obligo a mirarme—. ¿Tu novio te ha hecho esto?
—No es nada, mi piel es muy sensible —intenta justificarlo. ¡Mierda! Trato de no explotar, no aún, no con ella—, Zed, no es nada —repite.
—¿Qué no es nada? Mírate los brazos, puede que parezcas la nieve misma, pero esto no se hace por un simple agarre, es un hijo de puta, voy a buscarlo por todo el campus y voy a reventarle la cara —gruño molesto. ¡Cómo se ha atrevido a tocarla! Empiezo a caminar desesperado. No, es que esto de ninguna manera va a quedarse así, no voy a dejar de golpearlo hasta que le quede claro que lo quiero muy lejos de ella, maldita sea. No puedo con tanto, quiero detener lo que está creciendo dentro de mí y al mismo tiempo pretendo portarme como un jodido príncipe de mierda.
—Zed, por favor, no es nada... además es tu culpa, él ha reaccionado así por ti, por lo que dijiste, deberías darte un guantazo a ti mismo.
Me volteo más molesto que antes por lo que ha dicho.
—¿Mi culpa? ¿Qué te haya lastimado como un animal es mi culpa? —No dice nada y suspiro en un intento fallido de controlarme—. Nada justifica que te haya tomado de esa forma, Clarisa. Y voy a molerlo a golpes quieras o no, lo siento.
Retomo mi camino, no tengo ni la remota idea de dónde demonios estudia ese miserable, pero lo encontraría y lo sacaría a rastras del salón en el que esté, aunque eso me costara la expulsión. ¿Qué demonios le ocurre a Clarisa? ¿Cómo puede justificarlo? Sólo hay que verla para darse cuenta de lo frágil que es la mayoría del tiempo, y cómo es que ese tipo la ha agredido, Clarisa no inspira eso, inspira volverte loco de deseo hasta perder la poca cordura que puede habitar en un hombre como yo, inspira besarla hasta dejarle los labios hinchados y tocarla como si no hubiera mañana, quererla, eso, sobre todo eso, no golpearla.
—Por favor, no me dejes sola —dice en la distancia y no sigo caminando más. ¡Mierda, mierda, mierda! Quisiera de verdad entender lo que su voz provoca en mi sistema, me enfurece más oírla tan mal, y al mismo tiempo no puedo evitar girar, acércame a ella y mirarla con preocupación, se mira tan indefensa y me gusta pensar que ahora mismo me necesita más que la paliza que merece su novio—. No me dejes sola —repite y algo extraño me agita internamente.
—No lo haré —hablo bajito porque me siento contrariado. Algunas lágrimas ruedan por sus mejillas rojas y me contengo.
—¿Te duele? —le pregunto pasando mis dedos con mucho cuidado por las marcas, sólo verlas me dan ganas de partir en dos a ese cobarde.
—No, estoy bien, dentro de unas horas no tendré nada.
—¿Puedo hacer algo por ti? Lo que sea —le digo sabiendo de sobra que estoy haciendo el ridículo.
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RETANDO AL DESTINO. (+18)
RomancePRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA RETANDO. El fuego siempre quema, arde, enloquece... El amor, hace justo lo mismo.