Capítulo 26: Zed.

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No duermo nada en toda la puta noche, NADA. El lugar está oscuro por completo y yo continúo con mis ojos clavados en la chica que duerme a mi lado y que cada diez o quince minutos murmura cosas sin sentido. Quiero despertarla y en cuanto se queda en total silencio la dejo seguir durmiendo. No puedo creer lo que ha confesado, no porque me parezca una realidad exagerada o ficticia, no, lo que le ocurre a Clarisa no es un argumento de telenovela, es real y ella lo ha sufrido toda su vida. La razón por la cual no puedo creerlo se debe a que jamás pasaría por tu mente que alguien como ella guarde un secreto tan doloroso.

Ese hijo de puta al que llama "papá", es un desgraciado, ¿cómo le ha podido hacer esto? He disimulado todo el jodido tiempo que se ha tardado en confesar cada palabra, he luchado con mi furia interna para comportarme de forma relajada y hacerla sentir segura, pero se me ha contraído el puto pecho al mirarla así, con su rostro enrojecido, con sus lágrimas saliendo como un río descontrolado y esos ojos; esos ojos que estaban pidiendo a gritos un poco de ayuda. El solo hecho de pensar que ha tenido que vivir años de abusos físicos completamente sola me llena de rencor, de rabia y un profundo odio por alguien a quien no conozco siquiera.

No sólo la ha lastimado físicamente, le ha hecho un daño emocional que no se curará solo, por más que yo lo intente, necesita ayuda, quizás un maldito psicólogo que le haga entender todas esas mierdas que me ha dicho, todo eso de que sabe que está mal pero no puede dejarlo o abandonarlo.

Le doy un beso en la sien y me aparto poco a poco de ella. Necesito un maldito trago o terminaré llamando a Amber para que me proporcione la dirección de Clarisa en Luisiana, cogeré el primer avión y mataré a ese hombre. Salgo de la habitación no sin antes ponerme un pantalón de algodón con sumo cuidado, dejo apenas abierta la puerta por si se despierta, y poderla escuchar y bajo las escaleras con la mente turbia. Son las tres y media de la madrugada y llamo a Iván para cerciorarme de si está en casa o no ha regresado, con todo lo que había pasado con Clarisa no lo he escuchado entrar. Al oír el tono de su teléfono en su habitación cuelgo y unos minutos después lo veo salir.

—¿Pasa algo? No quise molestarte cuando hemos regresado, supuse que estabas con Clarisa y Eva dijo que te dejara tranquilo.

Saco una botella de whisky y dos vasos, los lleno hasta la mitad y deslizo sobre el desayunador el vaso hacia Iván. Lo coge enseguida.

—Vas a decirme por qué has cancelado la carrera, perdiste mucho dinero. Y, también quiero saber, ¿por qué bebemos?

—No debería decírtelo, pero si no se lo digo a alguien voy a cometer una locura.

—Te escucho.

—El papá de Clarisa... la golpea todo el jodido tiempo, Iván, la ha golpeado toda su vida. ¡Maldita sea! —alzo la voz y estrello el vaso aún con el líquido en una de las paredes y tiro de mi cabello. Es que estoy tan furioso.

—No me jodas, ¿es en serio?

—No se lo había dicho a nadie, ese hijo de puta la ha molido a golpes desde siempre. Tú la conoces, tú la has visto, ella es un puto ángel... cómo... no... yo no entiendo, no lo comprendo. Si miro a ese hombre te juro que lo mataría. Me siento terrible —gruño impotentemente.

—Ella ya es mayor de edad, no tiene que volver a su casa, no está obligada a...

—Ese es el problema más grave —lo interrumpo—. Cree que es su culpa, cree que no puede abandonarlo porque es lo único que tiene. No puedo dejar que vuelva a su casa, no voy a permitirlo.

—Zed, hermano. Entiendo cómo te sientes, pero tienes que calmarte, no puedes interferir en su vida, tienes que pensar de qué forma ayudarla, no puedes prohibirle ir o venir... —me aconseja.

RETANDO AL DESTINO. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora