Capítulo 4: Zed.

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Me había despertado de buen humor, ¿la razón? No tenía ni puta idea, hasta canté en la ducha y tuve que soportar las burlas de Iván y Eva durante el desayuno. Lo mejor de tener a Eva en casa es que desde que se quedaba a dormir teníamos desayunos decentes, lo cual es gratificante, tomando en cuenta que, aunque sé cocinar porque vivo solo desde los diecinueve, es algo que realmente no disfruto, la cocina no es lo mío.

Después de reírme de todas las bromas que hicieron los patéticos enamorados respecto a mi estilo de vida, cogí mis cosas y me largué a la universidad. No quería llevar esa jodida clase, pero era mi última oportunidad para recuperar esos créditos y mientras pensaba en esperar hasta el próximo semestre me llevé una sorpresa al llegar al salón de clases y mirar a una única estudiante dentro. A esa hora lo normal sería que el recinto estuviera completamente lleno y yo estuviera retrasado. Pero al parecer la clase se había cancelado.

Me detuve a observarla mientras cerraba sus ojos. Se veía tan inocente, aunque sin su pijama de abuela ochentera ya no lo parecía tanto, al contrario, aún sentada en esa posición sus curvas eran difíciles de ignorar, no era tan delgada como las mujeres con las que me acostumbraba acostar, tampoco parecía el tipo de chica que se acostaría con un degenerado como yo. Me tomé la molestia de darle un repaso y cierta incomodidad apareció en mí al descubrir que no lograba verla como solía ver a toda la población femenina. En lugar de ver el tamaño de sus tetas e imaginarme guarrada y media, estaba fijamente intrigado por su color de piel, demasiado blanca, tanto que dan ganas de tocarla. Negué con mi cabeza, pasar tanto tiempo con Eva y sus arrumacos con Iván estaba empezando a trastornarme.

Aún en contra de mi voluntad me quedé unos segundos más y las palabras salieron solas. Le hablé y abrió los ojos como platos cuando me miró y tomó uno de sus libros hojeándolo como si eso la ayudaría a disimular que estaba nerviosa; otra acción que encontré extraña; las mujeres se me abalanzaban como tigres tras su presa, y la chica desconocida no parecía ni siquiera mínimamente loca por mí. No es que me preocupe, no estoy planeando llevármela a la cama ni nada. Ese tipo de chicas no son mi estilo, aun así, me acerqué a ella y volví a ver de cerca su mirada gatuna. Al menos logré una emoción, se puso tensa, lo noté cuando dejó de respirar unos segundos, aquello me había tomado por sorpresa, sí, por sorpresa porque en lugar de sentirme satisfecho, me sentí curioso.

Lo único que deseé en ese momento, aparte de dejar de sentirme tan intrigado por la mujer misteriosa que tenía enfrente, era morder esos labios carnosos y algo más, pero me aparté. Ella no es mi estilo, me lo repetí nuevamente. Sin embargo, le pregunté su nombre y recibí otra negativa, lo cual me hizo sentir retado. La dejé de molestar al fin y aunque he caminado lejos de ella, me detengo de pronto con la intención de mirar hacia dónde se dirige, acción que no termino de completar porque Aniel, otra de mis muchas "citas clandestinas", así las llama Eva, dice que es una forma amable de referirse a ellas, aparece frente a mí.

No tengo intención alguna de conversar con Aniel, no suelo volverme amigo de las mujeres que me follo, tampoco las veo por segunda ocasión a excepción de Jessica, pero la tengo justo frente a mí y tampoco soy tan sinvergüenza.

—Hola Zed —dice tomándose el cabello en un intento de coqueteo fallido. Sigo sin comprender por qué las mujeres se hacen esto, si un chico está interesado en ellas, las va a buscar, si no lo hace es porque ya hizo lo que quería y no está interesado en repetir. Fin de la historia.

—Aniel... qué tal...

—Me preguntaba si... ¿estás libre hoy?

—No... trabajo hasta tarde —respondo recordando que hoy tengo algunas citas después de las cinco, así que terminaré saliendo muy tarde del estudio de tatuajes en donde trabajo medio tiempo.

RETANDO AL DESTINO. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora