Capítulo 12: Zed.

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Me tenso por completo al mirar a Jessica, no porque le deba alguna explicación, sino porque ha arruinado el momento, y por alguna razón me siento nervioso. Jessica me fulmina con su mirada y no sé qué espera que diga, no hay nada entre nosotros. Clarisa se mira totalmente incómoda, no la culpo, seguro se siente confundida, o ahora mismo quiere salir corriendo por lo que acaba de ocurrir en plena entrada de la residencia.

—No me puedo creer que me cambies por esta mojigata, Zed. —Jessica me habla a mí, pero dirige su mirada de desprecio a Clarisa. No me cuesta nada identificar que está ebria, más que yo, obviamente. Me lleno de rabia ante su reclamo, justo por este tipo de situaciones es que la idea de una novia no me apetece, pero sobre todo me molesto al mirar cómo Clarisa está a nada de desmoronarse. Siento la necesidad de protegerla y lo hago impulsado por quién sabe qué; la escondo detrás de mi cuerpo sin soltar su mano. Ella intenta zafarse y la cojo con fuerza para que no lo logre.

—Escucha, Jessica... —intento calmarla.

—Eres una zorra, Clarisa, voy a hundirte, no lo dudes... eres una maldita zorra —repite gritando enloquecida.

—¡No la llames así! —bufo más fuerte de lo que pretendía.

—Vas a quedarte con las ganas Zed, no te abrirá las piernas y entonces recordarás quien sí —dice y camina más rápido que una bala hacia el elevador. No entiendo por qué ha dicho esa frase con orgullo, ¿no se da cuenta que se ha denigrado a ella misma diciéndola?

Me giro hacia Clarisa, quien tiene los ojos llenos de lágrimas. ¡Mierda! Se suelta de mi agarre de un tirón, no quiero que se vaya, quiero llevármela a casa, quiero tenerla tan cerca de mí hasta que lo único que ronde en su pequeña cabeza sea mi nombre.

<< ¿Para qué demonios quieres hacer eso?>> Quizás el alcohol ha gobernado del todo mi cerebro.

Intenta marcharse también y me atrevo a detenerla.

—Te he oído hablar con claridad, creo que ya te sientes mejor. Vete a casa y duérmete de inmediato y por favor no insistas más en este juego, Zed —dice como si fuera mi madre.

—No, no, no estoy bien. De verdad, estoy muy mareado, sólo estaba defendiéndote —trato de sonar totalmente ebrio balanceándome hacia atrás y hacia adelante—, por favor acompáñame.

—Sólo son dos cuadras Zed.

—Por favor —digo juntando mis manos y suplicando.

—Hay fiesta en tu casa, ¿pretendes que siga haciendo el ridículo con mis pantuflas? Ya tuve suficiente. Ahí está Amber y no quiero que crea que hay algo entre nosotros.

—Jessica y yo no somos nada, lo juro. No seré un príncipe pero tengo palabra. No hay nada entre ella y yo —explico—, y tu amiga no me interesa, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? Te ves jodidamente sexy aún con esas putas pantuflas rosadas de peluche y sólo te pido que me acompañes, me dejas ahí y ya está, no pediré nada más, si no me ayudas, me quedaré a dormir aquí —me acerco a ella sondeando el terreno, no se aparta, en cambio se mira las ridículas pantuflas que trae puestas y se suelta a reír y maldita sea, juro que cada vez que lo hace siento como si algo golpeara mi pecho.

—Está bien, si es la única forma de que te marches, te acompaño. Pero la próxima vez que te presentes en este estado en mi puerta voy a darte un guantazo en la cara que te dejará un lindo recuerdo azul.

Intenta sonar fuerte y decidida pero su sonrisa la delata.

—Prometo que la próxima vez que me pare frente a tu puerta será para llevarte a nuestra cita en total sobriedad.

RETANDO AL DESTINO. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora