Capítulo 40: Zed.

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En multimedia : Talk - Kodaline

           

Salgo de la habitación con emociones que ni siquiera puedo descifrar. No voy a negar que tenía la leve ilusión de que al enterarse de que no había sido abusada sexualmente me permitiera al menos estar cerca de ella, ver sus ojos, tocar aunque sea su mano, pero mi chica sigue igual de destrozada que antes y duele. ¡Maldita sea! Duele como el mismo infierno y creo que aún más.

Oficialmente puedo decir que de un modo u otro Clarisa se ha encargado de recordarme que soy un ser humano débil, frágil. No importa esta fachada impenetrable que me cargo, ya no es secreto para nadie que esta situación me está matando.

—¿Qué hiciste? —me pregunta Amber. Puedo ver en su rostro toda la preocupación del mundo.

—Nada, puedes estar tranquila —le miento.

—Zed, tienes vendadas las manos, las ojeras más grandes del mundo. ¿Qué hiciste? ¿Dónde estabas?

—Estaba haciendo justicia —doy una respuesta vaga.

—Por favor dime que no lo mataste...

—Amber.

—Clarisa está muy mal. Necesita ayuda psicológica y mucho amor, si hiciste lo que estoy pensando solo empeorarás las cosas.

—No lo maté, ¿de acuerdo? No lo hice, me lo impidieron... —murmuro mirando a Iván de mala gana.

—Tenía que... —es todo lo que dice y se despide de Amber.

Había buscado a Donaldo para matar al padre de Clarisa, lo que pasó después parece sacado de una película. De inmediato aceptó ayudarme, me brindó armas y dos acompañantes que me enseñaron a usar las putas armas. Estaba decidido, sé que es difícil de entender. Yo simplemente no podía permitir que ese hombre continuara respirando mientras su hija es un mar de miedos, de traumas, de dolor y nuevamente por su maldita culpa.

Al principio creí que la ayuda de Donaldo era desinteresada, después de todo me había dejado claro que yo también tendría que aprender a usar armas para sus puñeteros trabajos. Me equivoqué, me ayudó, eso sí, consiguió boletos de avión en cuestión de minutos, llegamos al lugar en el que Clari había nacido y crecido bajo la violencia de ese mal nacido, incluso tuvo la amabilidad de acompañarme. Pero yo tendría que pagar de alguna u otra forma lo que estaba haciendo por mí.

El viaje me sirvió para darme cuenta de la magnitud de poder que tiene Donaldo, llamó a no sé cuántas personas para que se aseguraran de que el vecindario en el que vivía Clarisa estuviera despejado. No sé cómo es posible que conozca personas a tantos kilómetros de distancia. Antes de entrar a la casa los dos tipos que también fueron con nosotros cortaron la línea telefónica y como si la situación no fuera lo suficientemente anormal, se pusieron guantes y cubrieron sus rostros, también me obligaron a hacerlo, parecíamos unos putos ladrones.

Donaldo no entró con nosotros, dijo que esperaría en el auto y en un abrir y cerrar de ojos estábamos dentro. El estómago me dio un vuelco al encontrar a un hombre de algunos cuarenta y cinco años comiendo como si nada hubiera sucedido. Por un momento mis pies no se movieron porque recordé hasta en ese instante que jamás había visto una fotografía de ese hombre y que a ciencia cierta no sabía si se trataba del mismo ser. De inmediato busqué por todos lados alguna fotografía y no me llevó mucho tiempo mirar las paredes de la casa repletas de fotos de Clarisa y él. Al siguiente segundo me llené de rabia aún más. Todas esas fotos indicaban que eran una familia de verdad, que nada ocurría dentro de esas paredes y no pude evitar imaginar a mi copito sufriendo, gritando, corriendo, intentando huir del enfermo que tenía justo frente a mí.

RETANDO AL DESTINO. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora