Camino apresurada hasta llegar a la residencia, las lágrimas escuecen mis ojos, ¡cómo he podido ser tan tonta! Estoy tratando de alejarme de él, de centrarme en Marcus, de volver a mi rutinaria vida, pero él lo arruina todo, se aparece en todos lados y caigo como una pelota cuando es azotada contra el suelo. Me la he pasado jugando todo un partido entero creyéndome la dueña del campo y él ha hecho lo que ha querido a su antojo, bajo sus tácticas y sus objetivos.
No entiendo a mi cuerpo, tampoco a mis emociones, él me ha dado el espacio para salir corriendo y lo único que he hecho es besarlo, perderme en sus brazos, acariciarlo sin tapujos, como si fuera mío, cuando sé perfectamente que no es así, mis partes nobles tampoco colaboran. Mi cerebro parece desconectarse y por extraño que suene, mi ser interior, ese que no saco con nadie, ese que permanece dormido la mayoría del tiempo aparece, florece, habla, actúa y piensa por si solo.
¿Cómo puede ser real tal cosa? Niego con mi cabeza y aprieto mis ojos con fuerza para que las lágrimas que se han formado se destruyan. Me doy varios toques con la palma de mi mano en la cabeza. No soy más que una idiota hipnotizada por ese semblante rudo, poderoso, intimidante, y ese extenso verde oscuro perdido en sus ojos misteriosos. Soy una más, eso es todo.
Había sido tan ingenua al querer ayudarlo; he dejado a Marcus, mi novio, la persona que llegó a darle estabilidad a mi vida para irme con Zed. Soy una auténtica estúpida. Jessica apareció para recordarme lo inapropiado de mi comportamiento y sin embargo seguí jugando con fuego, creí poder manejar la situación, y cómo no, ese hombre me ha enjaulado en cuestión de segundos y yo me hubiera abierto de piernas si la tal Ariadna no nos hubiera interrumpido.
El rostro se me empapa de lágrimas al cruzar la entrada de la residencia y al subir al tercer piso. No lloro precisamente por mis acciones o por el ridículo que he hecho, lloro porque me duele el pecho, me siento expuesta, agredida y aunque no quiera aceptarlo ni siquiera para mí misma, hay una porción de celos en medio de todas estas lágrimas. ¿Cómo he podido creer por un momento que estaba con el verdadero Zed? Lo creí cuando entré a su habitación y descubrí todas esas formas unidas entre si, creí por un irónico minuto que el hombre que todos decían conocer está muy lejos del que vive en esas cuatro paredes, pero sólo es mi parte noble la que le quiso dar un voto de confianza.
Zed es un imbécil. ¿Con cuántas mujeres se acuesta?, ¿con cuántas chicas se ha acostado en toda su vida o a cuántas de esas chicas les ha roto el corazón? Yo no quiero formar parte de esa lista y me recuerdo que, no debo siquiera pensarlo porque tengo una relación con alguien más.
Recorro el pasillo con demasiada lentitud, ahora tengo miedo de que Marcus se haya despertado y no cuento con una explicación creíble que dar, son casi las tres de la madrugada. Levanto la vista y veo a una linda castaña sentada en el suelo con las rodillas pegadas en su pecho y los ojos cerrados, es Amber. Me limpio el rostro, aunque aún dejo estragos de mi llanto en mis mejillas.
—Por fin llegas, ¿dónde estabas? Te he llamado cientos de veces. —Niego con mi cabeza porque no traigo mi teléfono conmigo.
—Amber —logro decir. Al mirarla me doy cuenta de lo grave que es todo lo que ha sucedido. No quiero entrar a esa habitación y acurrucarme junto a Marcus mientras he disfrutado de las caricias de otro.
—¿Estás bien? —pregunta poniéndose de pie y tomándome de las manos—. Marcus está adentro y dormido en mi cama... —Mi labio inferior empieza a temblarme, eso quiere decir que se ha despertado y seguramente me ha llamado y se ha dado cuenta de que he dejado el teléfono—. ¿Qué pasa Clarisa?, dime que todo está bien —me pide.
—Vayámonos de aquí, no puedo entrar ahí. No puedo entrar ahí y mirar a mi novio cuando he estado con alguien más. —Sé que estoy sonando demasiado dramática y que el rostro de sorpresa de Amber es digno de ganar algún premio, es sólo que ya no doy para más.
ESTÁS LEYENDO
RETANDO AL DESTINO. (+18)
RomancePRIMERA PARTE DE LA TRILOGÍA RETANDO. El fuego siempre quema, arde, enloquece... El amor, hace justo lo mismo.