Capitulo 25

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Rachell estaba encima de mí, me flanqueaba los costados con sus rodillas, cada una a la altura de mis costillas; su rostro se encontraba deformado en una mueca furiosa. Levantó sus manos y las dejó caer sobre mi rostro, arañándolo; intenté rodar pero no podía moverme ni hacia la derecha ni hacia la izquierda.

¿Por qué demonios no me había controlado? ¡Lo único que había ganado era armar un estúpido escándalo y unos horribles arañazos! Bueno, y enojar a la zorra.
Podría estar casi orgullosa de mí, por no ser que, evidentemente, estaba perdiendo la pelea.
A duras penas pude observar por el rabillo del ojo, que, tanto el séquito de porristas como algunos jugadores de futbol, empezaban a agolparse alrededor. Pero nadie se preocupaba por apartar a la zorra de mí.

Jamás había peleado en mi vida. Estaba asustada. Hice lo que cualquier ser humano que no sabe pelear haría, me cubrí el rostro con las manos, es decir, a donde me llegaban la mayoría de los golpes de Rachell. Sentí el dolor punzante de sus arañazos, estaba deshaciéndome las manos ahora.
Rachell estaba histérica, gritaba frases que incluían: 'perra', 'él me ama', 'matarte', 'maldita', 'te odio', 'zorra' y cosas así. Pronto se les unieron otros que pedían pelea, o que me destrozase mi 'hermoso rostro' (cito las palabras auténticas), formando así una cacofonía de gritos estruendosos e inentendibles.

Quería darle un golpe, quería hacerlo. Enserio. Quería al menos tratar de defenderme. Pero era una principiante en esto de las peleas de gatas (porque así lo llaman) y además estaba presa del pánico. Me maldije por ser cobarde o débil, mientras aguantaba cada arañazo y el dolor se hacía presente.

Cuando pensé que en mi lápida diría: 'Sierra Jones murió defendiendo la paz y la serenidad cuando era atacada salvajemente (o arañada)'... La salvación llegó.

-¡Pero qué demonios pasa aquí! -Era la voz gruesa del entrenador Collins que se distinguió de los demás.
Gracias al cielo, ya era hora.

Los gritos eufóricos de los alumnos se apagaron, reemplazados por una manta de murmullos y Rachell detuvo su ofensiva contra la miserable Sierra. Sí señor, ni siquiera había logrado defenderme.
Cobarde, cobarde, cobarde.

Entonces el peso se desvaneció bruscamente. Alguien la había retirado, no tenía idea de quién había sido, porque aún tenía mi rostro tapado. Sentí una sustancia líquida deslizarse por el dorso de mi mano. Alguien me sujetó y me ayudó a sentarme.

-¡Suéltame! ¡Maldición! ¡Voy a arrancarle la cabeza a la zorra! -Oí los gritos de Rachell.

Estaba siendo sujetada, el peligro se había ido. Sentía el corazón latir de miedo, y respiré una gran cantidad de aire. Me relajé. Ya había acabado, y yo, había acabado como una maldita cobarde; por no decir que también había sido humillada.

¿Ven? Perder los estribos de aquella manera no es algo realmente sabio de hacer, y mucho menos cuando no sabes pelear. No lo intenten, al menos que estén bajo la supervisión de un guardaespaldas que las defienda.

Aún me encontraba sentada en el suelo, bajé las manos a mi regazo y me sorprendí. Estaba horrible, había una gran cantidad de líneas rojizas de las cuales manaba sangre, no mucha, pero de todos modos ardía. Hice una mueca de dolor y levanté la vista.

David.

Tenía una mirada preocupada. Me tomó de las muñecas suavemente para ponerme de pie.
Agradecí que no hubiera preguntado qué había pasado, porque estaba segura que iba a echarme a llorar, no por el dolor sino por el susto. Pelear era algo que jamás volvería a hacer. Jamás. Al menos que... ¡No!, ¡Jamás!

Miré a Rachell. Tenía el ceño fruncido y su mirada fulminante estaba dirigida hacia mí.

Treux la tenía sostenida por la cintura, impidiendo que intentara de despellejarme con arañazos.

Sintiendo Cosas Que Nunca Pensé.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora