Una estantería
Cuando llegamos a casa, mi pie no tiene que apartar ningún ÚLTIMO AVISO que nos hayan echado por el buzón, solo una publicidad de Joe's. El salón ha cambiado mucho. Ahora hay un sofá, un par de mesas auxiliares y alguna lámpara. Todo es de Ikea, comprado por 897 dólares del medio millón de Infinity.
Nos hemos asignado un sueldo modesto durante el tiempo que dure la prueba de campo, que en mi caso se ha ido casi todo en pagar plazos de las hipotecas y algunas facturas atrasadas. Pero si no logramos superar la prueba, los bancos se quedarán con todo esto. Aunque, como Tom siempre dice... Decía.
Al regresar a casa me ha venido un ataque de normalidad, como si los sucesos de las últimas horas no hubiesen tenido lugar. Pero no, Tom ya no dice nada ni lo volverá a decir. Nunca más volverá a venir a casa, ya no jugaremos al UNO en los escalones de la entrada, intentando no dejarnos avasallar por Arthur, que es un auténtico tiburón.
Jamás volverá a palmearme el hombro, ni a llamarme grandullón.
Nunca más volveremos a pelearnos me dejo caer en el sofá y me echo a llorar. Lágrimas densas, espesas, dolorosas. Irina, que ha entrado detrás de mí y estaba quitándose la gabardina, se acerca a mí y me pone la mano en el hombro. —Siento lo de Tom, Simon —dice. Por fin.
—En cualquier otro momento —digo, sin dejar de llorar—, en otras circunstancias podría haberlo entendido mejor. Pero ahora... Las cosas estaban yendo bien. Teníamos tantos planes. Irina me acaricia el pelo y me pasa la mano por la nuca, intentando calmarme.
—La muerte no viene cuando te viene bien, Simon. La muerte viene cuando viene. En mi país hay... ¿cómo se dice cuando hay una frase sabia que repiten las abuelas?—Un refrán.
—Eso. En mi país hay refrán que dice: «Si quieres hacer reír a Dios, dile que tienes planes.» Tú no podrías prever lo que iba a pasarle ayer a Tom, igual que no podías saber hace tres meses que hoy yo estaría aquí sentada en tu sofá. —Ni siquiera había un sofá. Nos sentábamos en esas horribles cajas de madera que apestaban a manzana. —¿A que quedan bien en la entrada? Irina ha barnizado y encolado entre sí las cajas de manzanas, formando una especie de estantería que ella llama pos industrial. Me he mostrado muy firme al respecto, y el mueble no estará ahí mucho tiempo.
—No se trata solo de los planes que teníamos. Es que ni siquiera he podido despedirme de él como se merecía. A Irina no le he comentado que Tom se oponía frontalmente a lo nuestro, aunque después de lo que ocurrió el día en que se la presenté en la oficina, supongo que no hacía falta.
—No es tu culpa —dice ella, repentinamente sombría. Casi parece que está hablándose a sí misma, en lugar de a mí—. Nunca sabes lo que va a subir por tu camino y llamar a tu puerta. Justo en ese momento suena el timbre y los dos nos llevamos un buen susto. Por suerte quien ha subido por el camino solo es Marcia, que trae unas cuantas carpetas en la mano. Yo la abrazo y la invito a entrar.
—¿Cómo estás, Simon? Hola, Irina.
Ella le devuelve el saludo a Marcia. —Destrozado. No consigo entender aún lo que ha pasado. Siéntate. Irina se disculpa, tiene que cambiarse de ropa e ir a trabajar. —He traído unos cuantos informes de las pruebas que LISA ha hecho hoy — dice Marcia, cuando Irina se marcha escaleras arriba.
Le echo un vistazo a los números — que son bastante decepcionantes— y ambos comentamos algunos cambios, aunque ninguno de los dos tenemos la cabeza en el trabajo. —Las superficies planas siguen dando muchísimos problemas —dice Marcia.
—Si vieras lo que sufrí con una caja de cerillas que me sacó Myers el día de la presentación. Y Tom fue y dijo: «Si no quiere participar, ya nos buscaremos a alguien más», sacando pecho y todo. ¡A Zachary Myers! —¿En serio? —Como si los tuviésemos haciendo cola. —Típico de Tom. Los dos nos reímos, una risa incómoda y gastada que pierde la vida mucho antes de que su sonido se termine. A Marcia se le quiebra antes que a mí, y suelta una lágrima que enjuga con un pañuelo que lleva en el bolsillo de la chaqueta. Por sus ojos enrojecidos me doy cuenta de que no es la primera. —Me pregunto qué demonios sucedió —dice ella. —¿La policía ha hablado contigo? —Sí, han estado haciendo toda clase de preguntas en la oficina.