Un poco de aire
No voy a encontrar respuestas sentado delante de un ordenador.
Llevo toda mi vida viviendo de forma contraria a ese principio con pertinaz militancia, así que apenas me reconozco cuando cojo la chaqueta, me levanto y salgo de mi despacho. Marcia está en el extremo de los cubículos, fustigando a voces a los empleados nuevos. Cuando me ve encaminarme hacia la puerta, coge impulso y rueda hasta mí, impidiéndome el paso cual Gandalf en silla de despacho.
—¿Dónde demonios vas, Simon? —Necesito airearme un poco.
—No puedes marcharte. Tenemos varias propuestas nuevas sobre regiones afines, y también hemos mejorado el filtro Gaussiano.
Marcia está equivocada. Todos lo están. Siguen buscando la solución a los errores de LISA en los aspectos ópticos, cuando la clave de todo es la lógica de mi algoritmo. Hay un error enterrado entre esos millones de líneas de código, no tengo ni idea de dónde está, y mucho me temo que ya he dado todo lo que podía dar, que solo he servido para iniciar este proyecto y que serán mentes mejores que la mía las que concluyan el trabajo de mi vida. Que yo terminaré mis días acodado a la barra de un bar de mala muerte, diciéndole al camarero que esa aplicación que usa todo el mundo a diario la inventé yo, para intentar gorronearle una copa.
No creo que transmitirle a Marcia y al equipo que creo que están practicándole la reanimación cardiopulmonar a un esqueleto vaya a servir para levantar la moral general, así que intento ganar tiempo.
—¿Estáis listos ya? Marcia tuerce un poco el gesto. Sabe que la he pillado.
—Va a llevarnos un par de horas aún.
—Pues entonces nos vemos en un rato.
—No es solo eso, Simon. Los chicos están desquiciados, después de lo de Tom y con los resultados que hay. Ver al capitán del barco en el puente les anima.
Se la ve llena de adrenalina, y parece que ahora sí que empieza a olvidarse de lo que pasó anoche entre nosotros. Casi me recuerda a la Marcia de antes, la misma mujer que robó champán en la tienda del señor Wang el día que cerramos el precontrato con Infinity, hace un millón de años.
—Me hace falta despejarme, Marcia.
Iré a dar un paseo, a ver si se me ocurre algo.
Marcia lo piensa y acaba meneando la cabeza.
—Un par de horas. Y luego te quiero aquí en plena forma. Simon, en serio, no podemos cagarla tan cerca de la meta. Y sin ti no podemos hacer modificaciones al programa, eres el único que tiene la clave de acceso.
Levanto la mano derecha y pongo la izquierda sobre el manual de programación en C++ que hay encima de la mesa de Marcia, la Biblia de todo programador.
—Un par de horas, lo juro.
Marcia se hace a un lado. Cuando paso, me apunta con el dedo.
—Un par de horas.
No sé realmente dónde voy. Salgo a caminar en dirección al lago, que está a unos veinte minutos andando. Leí una vez que una enérgica caminata genera endorfinas y oxigena la sangre, contribuyendo a aumentar el riego sanguíneo y, por ende, la actividad cerebral.
A mí me da hambre.
Como con hambre no pienso, decido parar a mitad de camino del lago y tomarme un shawarma en uno de los puestos callejeros en Madison Street.
—¿Algo más, señor? —Una Coca-Cola extragrande.
Es mi venganza sobre Irina por lo de los 1.753 mensajes idénticos al mío que envió al ejército de enseñapenes.