Dos pieles
Estoy tan agotado que no soy capaz de pensar con claridad. Cuando el agua de la ducha cae sobre mi espalda, me dejo llevar por la sensación y dejo la mente en blanco durante unos maravillosos diecisiete segundos, antes de que los sucesos del día vuelvan a asediarme sin piedad.
En las últimas veinte horas he perdido a mi mejor amigo; he sido acusado de su asesinato; le he mentido a la policía; he tenido que consolar a su madre y prometerle que hablaría en el funeral cuando mi mayor temor es hablar en público; una de mis empleadas, tras decirme que el proyecto del que depende mi futuro no mejora, ha huido aterrorizada de mi casa creyendo que iba a hacerle daño; le he mentido a mi hermano; he golpeado un contenedor de basuras; he sido amenazado de muerte
por el padre de mi mejor amigo; he rebuscado entre las pertenencias de mi queridísimo padre un arma de fuego; he encontrado una mancha de sangre de procedencia desconocida en el suelo de mi garaje y mi novia me ha visto comportarme como un maníaco.
Ah, y acabo de guardar un Smith & Wesson .38 Special de doble acción cargado con seis balas de punta hueca en el mueble del lavabo, entre el cortaúñas y el neceser, mal camuflado tras un rollo de papel higiénico.
No está mal para un friki con fobia social.
Salgo de la ducha, me seco a toda prisa y me meto desnudo en la cama.
Estoy demasiado agotado para ponerme el pijama. Mi cuarto es la habitación más fría de la casa, a pesar de las estanterías abarrotadas de libros que cubren las paredes. Por la noche apago la calefacción para ahorrar —hasta que firmemos el acuerdo definitivo con Infinity, si es que lo hacemos, seguimos sin estar muy boyantes—, así que tengo los hombros helados y no consigo dormir.
¿De dónde ha salido esa mancha de sangre? No puede llevar ahí mucho tiempo. Intento pensar en posibles explicaciones, pero todo me lleva a deducir que la única persona que ha podido dejarla ahí es Irina.
De pronto una idea me asalta la cabeza. Anoche Irina no estaba en el Foley's. Seguramente la policía ya habrá comprobado eso, para asegurarse de que mi coartada era plausible. ¿Quizás ella estaba mintiendo para protegerme a mí? Y si es así, ¿dónde estuvo Irina durante tantas horas? ¿Quién es la persona que está ahora mismo durmiendo en mi casa, a siete metros de aquí? ¿Me está engañando con alguien? Por primera vez desde que invité a Irina a cruzar medio mundo para compartir mi vida, los recelos de Tom sobre ella empiezan a cobrar forma. La imaginación corre en ayuda de las dudas y me atormenta con escenas de Irina yendo a ver a su amante, alguien de su país, en plena noche. Abrazándole, besándole, haciendo el amor con él mientras los dos se ríen de mí, el idiota que la ha traído para que puedan estar juntos, el crédulo que se ha tragado todos los embustes que ella le ha arrojado para que no le ponga una mano encima.
Reflexionar sobre tu pareja en la soledad de madrugada tras un día emocionalmente extenuante es parecido a echar pedazos de carne ensangrentada en un agua infestada de pirañas. Los pequeños gestos y los detalles minúsculos que desechas en el día a día se colocan bajo el microscopio y se engrandecen. Una mirada de fastidio se vuelve de desprecio, un comentario amable se interpreta manipulador, una buena intención se transforma en cálculo, el piropo se torna en adulación.
Lo ordinario se vuelve obstáculo, como un cajón que sobresale y no hay manera de volver a colocarlo de nuevo.
Quizá debería cortar con ella.
Decirle que esto no funciona. Que las cosas no son como me imaginaba. Que necesito estar solo para centrarme en mi trabajo.
No eres tú, soy yo.