Un reencuentro
Vanya se ha dado la vuelta y se arrastra hacia mi pistola, que sigue en el mismo sitio donde la he dejado caer. En algún lugar encima de la mesa estaba su revólver, aunque ahora no lo veo.
-Vamos, Simon. Por favor.
La pistola está demasiado lejos para que yo la alcance antes que él. Vanya y yo echamos una carrera a muerte a cámara lenta, él hacia el arma y yo hacia la silla de Irina, dejando sendos regueros de sangre sobre las baldosas blancas. Me doy cuenta por primera vez de que le han quitado los pantalones y los zapatos, dejándola en bragas y camiseta. Sus pies descalzos están atados a las patas con bridas de plástico, y sus muñecas, juntas, envueltas con cinta americana.
-Empieza por las manos. Corta la cinta.
Mis dedos están resbaladizos y pegajosos por la sangre. Me arrepiento de haber dejado el cuchillo en el antebrazo del mecánico. Quizás hayan logrado sacárselo y se hayan abierto camino a través de los asientos, y estén ahora a punto de caer sobre nosotros.
Quizá se hayan ahogado los dos, en el estrecho espacio.
La realidad, habitualmente tan rica en oportunidades, ahora va cerrando el abanico. O suelto a Irina, o Vanya nos matará a los dos.
Las uñas patinan, buscando el borde de la cinta adhesiva. Mi respiración, fuerte y bronca, queda eclipsada por la de Vanya, que se acerca cada vez más a la meta entre gruñidos de dolor. No soy capaz de asomar la cabeza por detrás de la silla para ver cuánto le queda para poder agarrar la pistola. No me atrevo a no hacerlo.
Está a menos de un metro. Se arrastra, taponándose la herida con la mano izquierda, mientras la derecha, estirada por delante del cuerpo, le sirve de impulso. Ojalá se me hubiese ocurrido a mí.
-No encuentro el borde.
-Usa los dientes -dice Irina, su voz bañada de una extraña calma. Noto cómo tensa los músculos cuando acerco la boca a las ataduras-. Busca uno de los bordes de fuera.
Separa al máximo las muñecas para tensar la cinta, pero quien la ató conocía bien su trabajo. Ha dado varias vueltas, y ahora está pegada y caliente, formando una masa compacta. Entonces recuerdo que tengo algo que podría ayudar. Me meto la mano derecha en el bolsillo de los vaqueros -la izquierda está inerte - y saco el lápiz USB que llevo conmigo a todas partes. Le quito la tapa con los dientes, y uso el borde para raspar la cinta. Arriba, abajo, tan rápido como soy capaz.
-Vamos, Simon. Ya casi está ahí.
Esta vez no miro, pero escucho un ruido metálico y un jadeo y puedo imaginar las puntas de sus dedos rozando la culata. Aprieto con toda la fuerza de la que soy capaz y el endeble plástico del USB se deshace entre mis dedos. Sigo frotando, aunque los circuitos internos, ahora expuestos, se me clavan en las falanges.
De pronto la cinta desaparece. Las manos de Irina están sueltas. Con los pies aún sujetos a las patas de la silla, se arroja al suelo. La silla me golpea en la cara y caigo hacia atrás. La mesa caída está entre nosotros y Vanya, ofreciendo una increíble protección de cuatro milímetros de endeble plástico blanco. No puedo verle, pero sí a Irina, que se vuelve hacia mí.
-No te muevas.
Tiene el revólver de Vanya en la mano.
Un disparo abre un agujero en la mesa, del tamaño de una moneda de 25 centavos. Los bordes aparecen limpios, perfectos. Irina abre tres agujeros más, apuntando más abajo. Se oye un grito.
Irina dispara otras dos veces.
Según mis cuentas, a Vanya le quedan seis balas.
A ella, una.
Irina se arrastra hasta la mesa, agarra el borde con la mano y tira hacia nosotros, bajando el telón y descubriendo a Vanya, pero este no se mueve. La pistola está quieta en su mano.
-Suéltame, Simon -dice, sin dejar de apuntar a Vanya. Me arroja unos alicates, que habían quedado debajo de la caja de pizza.
Le libero las piernas e Irina se pone en pie, trabajosamente. Cojea hasta llegar a él. Yo me incorporo sobre el codo para intentar ver qué ocurre.
-Me hubiese gustado alargarlo más, Vanya. Que hubieses sufrido como sufrió mi hermana.
Ella está de espaldas. A él no le veo la cara. Tampoco escucho la respuesta que emite, entre toses.
-Ya. Así tendrá que ser -añade Irina.
Aprieta el gatillo.