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Un mensaje

No conozco el número. Son solo tres
palabras.
DEBERÍAS VER ESTO.
Debajo hay un enlace. Lo abro.
La pantalla del navegador me lleva a
una especie de clon ruso de YouTube
que no conozco. Los menús y todos los
textos están en cirílico, pero no tengo
que preguntarme cómo demonios
abrirlo, porque el vídeo comienza a
reproducirse automáticamente.
La imagen tiene mucha resolución, y
la habitación -vacía, de paredes
pintadas en tonos crema- está muy bien iluminada. Así puedo ver a la perfección cada uno de los cortes y hematomas en el rostro de Irina. Tiene un lado de la cara inflamado y deforme, con uno de los ojos tan hinchado por la sangre acumulada en los párpados que apenas puede abrirlo. El que sostiene la cámara, el teléfono o lo que sea, da una vuelta alrededor de ella para que no me pierda detalle. Le han atado las manos al respaldo de la silla, y la camiseta aparece desgarrada, hecha jirones y cubierta de sangre. Los hombros, la espalda y los brazos están llenos de pequeños círculos ensangrentados, negruzcos en el centro y rojizos y dispersos en los bordes. Me pregunto con qué se los habrán hecho cuando una mano aparece en el encuadre para sacarme de dudas, y apaga un cigarro -otro más- en la piel pálida y suave de la base de su cuello. Ella suelta un quejido, contenido o agotado, no lo sé.
La música de fondo no me permite
distinguirlo.
I'm just a holy fool, oh baby it's so
cruel But I'm still in love with Judas, bab Reconozco la canción. Lady Gaga,
Judas.
Alguien tiene un sentido del humor
jodidamente retorcido.
La cámara completa el giro en torno a
Irina, volviendo a mostrarnos su cara,
aunque ella rehúye el objetivo. La mano del que graba la agarra por la barbilla y la obliga a mirar. Su pelo rojo está apelmazado sobre la frente empapada en sudor, y la misma mano se adelanta para apartar el pelo del rostro con suavidad pausada, que me hace estremecer de horror.
-Apagad esa mierda -dice una voz
metálica, desagradable-. No queremos que Simon pierda detalle, ¿verdad? He escuchado antes ese acento deslavazado. Cuando da la vuelta a la imagen, esta se pone en modo vertical con bandas negras a los lados. Ahora sé que han grabado todo esto con un móvil con cámara delantera y trasera. También que el tipo de la barba hipster y el diente de platino que me retuvo en la puerta del restaurante de Moglievich, el que se parece a Sharlto Copley, es el director de esta película.
-Simon, quiero darte las gracias por
llamarnos y facilitar esta reunión
familiar. Su prometida también te
agradece, ¿da? Cambia a la cámara trasera y acerca el teléfono a Irina, que lanza un escupitajo sanguinolento hacia la lente, pero no logra acertar.
-Vamos, no son formas de tratar a tu
prometido -dice, con una voz que
quiere parecer suave y calmada, pero
rezuma algo sucio y peligroso-. Verás, Simon, llevamos toda la noche
charlando con ella y nos ha contado
muchas cosas. Le ha costado, pero
hemos insistido, jajaja.
Su risa es un chasquido desagradable, como un témpano partiéndose bajo una bota.
-Nos ha contado que sois felices, y
que vais a casaros dentro de poco. Mi... socio opina que eso no ser posible, sabes, por el mal comportamiento de tu chica. Resulta que nos conocíamos hace tiempo, y ella tenía sus razones. No puedes culparla a ella, ¿da? Mi socio no lo ve así, claro. Delat iz muhi slona, él hace elefantes con una mosca, ¿da? Irina baja un tanto la cabeza y mira a la cámara de frente con el único ojo que tiene abierto, y hay en esa mirada un mar de contradicciones.
-Pero yo soy benévolo, yo tengo
generosa alma rusa. No veo problema en contradecir a mi socio si no se entera... y que ella se vaya lejos de esta situación, como dicen ustedes, ¿da?
Pero hace falta compensación para mí, es un debe.
La imagen se vuelve negra un
momento, y se oye un golpe metálico.
Cuando se aparta veo que ha estado
colocando el teléfono sobre una mesa o algo así, de manera que ahora muestra un plano fijo de Irina, ligeramente ladeada.
-Irina me ha dicho que tú mañana
forrado, que tú mañana tienes mucho
dinero, eso está bien.
Así que el acuerdo de Infinity no era
tan secreto como yo me imaginaba,
aunque la información de Irina no está del todo actualizada. Tenemos tantas posibilidades de que LISA funcione y de conseguir esa pasta como de que yo sea el próximo hombre en caminar sobre la Luna. Al menos en algo tenía yo razón, Irina no me quería por mi dinero, solo por mi localización geográfica. Sigo sintiéndome como uno entre 2,79 millones de habitantes de Chicago.
-Tú mañana me traerás todo el
dinero a un sitio que te diremos, ¿da? Si no yo me enfado y digo adiós a generosa alma rusa. Mira, Simon.
Aparece desde un lado, y muestra a
la cámara un cuchillo. Nada especial, un cuchillo de mesa normal y corriente, con su filo serrado, no muy distinto de los que guardo en el cajón de la cocina. Se acerca a Irina y la sujeta por la oreja izquierda. El filo del cuchillo queda entre el lóbulo y el cráneo.
Entonces empieza a cortar.
No, joder.
Irina se agita de dolor, pero no se
atreve a moverse mientras el cuchillo
sigue su macabro ascenso, con un ris ras continuado. Ella no puede apartarse igual que yo no puedo quitar la vista de la pantalla. No grita, aunque quiere hacerlo. Sus labios retraídos en una mueca de agonía dejan al descubierto los dientes apretados.
Cuando el otro termina, la cabeza de
Irina se desploma hasta que la barbilla toca el pecho. Creo que se ha desmayado.
Yo estoy a punto de hacerlo. El teléfono en mi mano tiembla.
-Tú haces lo que te pido y yo no
hago caso a mi socio, ¿da? -dice el
hombre de la barba hipster, con una
sonrisa, acercándose a la cámara. Su
rostro es todo lo que se ve ahora, relajado, en calma, y su voz se suaviza.
Más escalofriante que su violencia
resulta cómo entra y sale de ella, como si se quitase una camiseta.
Alza la oreja de Irina, que sostiene
entre el índice y el pulgar, y me la
muestra, chorreando sangre, como una ofrenda.
-Diez millones, mañana. Si no, yo
sigo.
Abre la boca, y puedo ver brillar ese
diente de platino.
Dios. Oh, joder.
El crujido cuando arranca la mitad de
la oreja de un mordisco hace que una
oleada de vómito ácido y pesado me
suba a la garganta. Logro contenerlo
hasta que le escucho masticar. Mis
manos no pueden sostener el teléfono,
que cae al suelo del salón.
-Hasta mañana, Simon -le oigo
decir, su voz amortiguada entre una
oleada de asco y repugnancia que me
inunda los sentidos y me revuelve por
dentro-. Tranquilo. Todo irá bien.

Entonces ya no puedo retenerlo más.

CicatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora