Un garaje
— ¿Sí?
—Simon.
El padre de Tom guarda un silencio largo y pesado. En el contenedor de reciclaje se oye el clinc clinc de alguna botella que no ha terminado de acomodarse después de mi ataque. Las cigarras empiezan a cantar entre los arbustos su gran éxito cri cri cri.
Algunos aspersores ya se han puesto en marcha con sus chac chac chac, pero el padre de Tom aguarda, muy callado, y yo no sé qué hacer.
—No es sencillo decir esto —dice, por fin.
El dolor que siente se transmite a través del teléfono, como una radiación venenosa. Ha experimentado la pérdida más cruel que puede sufrir alguien, que es la muerte de un hijo, la negación de la continuidad y de la esperanza. No hay forma de regresar de algo así, y yo no puedo ofrecerle un consuelo que no existe. Solo deseo, egoístamente, que cuelgue y que me deje en paz. Así que digo lo que se suele decir en estos casos.
—Thomas, si hay algo que yo pueda... —Para ti, señor Wilson —me interrumpe.
Así que después de seis años y seis cenas de Navidad en su casa —en cuatro de las cuales me dijo que yo era de la familia—, me viene con estas.
—Hoy hemos hablado con la policía.
—Su voz tiene un tono robótico, hace pausas largas entre las palabras y aún más entre las frases—. Me han hecho muchas preguntas.
—Comprendo —digo, repentinamente alarmado.
—Querían saber cosas de ti, Simon.
Sobre tu relación con Tom.
Es peor de lo que yo creía. Tengo que llevar esta conversación con sumo cuidado, ser hábil, intentar averiguar algo.— Ajá.
Bien dicho, Simon.
—También me han preguntado sobre el testamento.
—Thomas. Señor Wilson, yo... —Yo no sabía nada de ese testamento.
—Supongo que Tom no... —Francamente, es muy sorprendente.
—Señor Wilson.
—Sorprendente que seas tú el beneficiario, en lugar de su familia.
—Señor Wilson.
—Lleva a un hombre a hacerse preguntas.
—Señor Wilson, escúcheme, por favor. Por lo que a mí respecta, y a pesar de lo que diga el contrato con Infinity, la participación en la empresa es suya y de su esposa. Yo solo me veo obligado a... —Me da igual lo que suceda con ese dinero. Lo que no quiero es que nadie que haya hecho daño a Tom se beneficie de la muerte de mi hijo.
—Señor Wilson, yo no... —No sé lo que dirá la investigación.
Yo sacaré mis conclusiones. Solo quiero que sepas que si descubro que has sido tú, iré a tu casa y te mataré.
Cuelga.
—Señor Wilson —digo una vez más, a los aspersores, a las cigarras del arbusto, al contenedor y al viejo del chándal que vuelve de su paseo sin quitarme ojo de encima.
Lucho para encontrar un nombre que defina la amalgama de sentimientos que me dejan allí bloqueado, en mitad de la acera. Hay ira, hay rabia, hay angustia, hay tristeza. Por las sospechas injustas, por la muerte de Tom, por el futuro económico, por la ausencia de mi amigo.