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Un epitafio

No soy idiota. Sé que lo más probable es que los secuestradores se queden con el dinero —que ni siquiera está completo— y nunca la suelten. Para evitarlo, voy a tener que arriesgarme.

Conduzco hasta a la oficina, que está desierta, con todos los empleados disfrutando del par de días de merecido descanso que Marcia les ha dado. Me siento mal por ellos. Es muy probable que dentro de unos días no tengan una oficina a la que volver, y yo no tengo muchas ganas de afrontar sus caras, ni tampoco las repercusiones legales que me acarreará el desfalco que acabo de cometer. Pero quizá podría haber una solución, y todo gracias a cinco palabras bajo el mensaje de los secuestradores.

Enviado desde mi Infinity Mobile™. 

Desconecto la alarma y enciendo mi ordenador. La conexión que abrí hace dos días en mi portátil con el servidor de Infinity que tenemos en la oficina sigue activa. Esta vez, sin embargo, la tarea es mucho más compleja. Encontrar el terminal desde el que me habían enviado el SMS me lleva a bucear en el sistema de Infinity durante largas, tediosas, horas. Tal y como había supuesto, el número era un prepago de usar y tirar, pero estaba claro que aquellos tipos no eran las bombillas más brillantes de la caja. Se habían limitado a colocar la tarjeta SIM en el teléfono que usaban habitualmente, desconociendo que el terminal también quedaba asociado al mensaje enviado. Y lo que es mejor, que hoy en día los teléfonos inteligentes son más fáciles de localizar que un porro en un festival reggae.

Después de múltiples ensayos y de topar con varios callejones sin salida, siempre temiendo que la seguridad del sistema me desconectase, logro identificar el IMEI del terminal. Un minuto después tengo su última localización conocida, una dirección de Ridgeway Avenue. Una rápida búsqueda me dice que es Auto Body Shop un negocio de reparación de coches. Sin reseñas en las principales webs. El dueño es una empresa con sede en Delaware.

Eso es todo.

Ahora podría llamar al detective Freeman y a su amigo, el agente Boyd, darles la dirección y quedarme cruzando los dedos. Una llamada puso a Irina en sus manos, y una llamada podría sacarla de ellas. Yo podría esperar tranquilamente en casa, a salvo, y cruzar los dedos, esperando lo mejor.

Quedarme en casa esperando en que algo suceda. La historia de mi vida. Una frase que iría de maravilla en mi epitafio.

Simon Sax: se quedó en casa esperando.

Podría acercarme por la tienda y echar un vistazo, a ver qué averiguo.

Por lo que sé es un trabajito independiente del tipo de la barba. Si no se lo ha contado a su jefe, el tal Boris Moglievich, quiere decir que querrá que se entere la menor cantidad de gente posible. Quizás esté él solo.

Quizá cuando salga a la calle lluevan dónuts.

Hago una comprobación rápida. Son solo veinte minutos en coche.

Ir, echar una ojeada y después llamar a la policía. Solo para estar seguro.

Dentro de media hora todo podría quedar resuelto.

¿Qué podría salir mal?

CicatrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora