Capítulo XVIII. Tú, Sabes Bien.

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Canción: "Ilegal" de Cultura Profética.

Embriágame
"Me consumes, me fatigas. Me desarmas, me aniquilas. Me matas, me encantas.
Te deseo. Un deseo. Mi deseo.
Deseando té.
Té en la mañana.
Té al mediodía.

Léeme. Embriágame. Destrózame.
Quiéreme, suicida, loco.
Maniático, perverso.
Quítame el frío. Agítame.
Lléname la noche, lléname la vida.
Mi vida.

Y háblame. Sobre todo dime algo. Quiero oírte,
Y decirte... Que te siento.
Que al tocarme, eres como el viento.
Suave y dulce. Furia y fuego.
Cuando besas, eres tan extremo...
Que me impregnas de vacío, y me dejas en silencio.
Cuando marchas; y no te veo.
Pienso en el momento, que el sentido se hizo sentimiento; y vibramos apretados.
Pensamos que éramos de acero.
Y así, se encontraron nuestras almas.
Así, construimos nuestro cielo..."
Anónimo.

Dom:

Mis manos palpan a la perfección la temperatura de la piel de Anne, está caliente y dependiendo en donde la acaricie sus vellitos se erizan. Su piel es mejor que seda. Quizá no sea así ―ya que he tocado muchas pieles por mi profesión―, quizá es esa atracción maniática y loca que me hace sentir tantas cosas cuando estoy con ella.

Estoy nervioso, será su primera vez y ―literalmente― la mía. Nunca he estado con una virgen y por ello no sé muy bien cómo actuar frente a mi pelirroja. Pero seamos sinceros hay cosas básicas, sencillas y lógicas en la mente masculina y, una de ellas es que las erecciones no ayudan a pensar y otra, que una mujer cuando te dice "que tiene ganas" termina de destruir la poca cordura que te quedaba ―si es que ya no la perdiste hace unos buenos minutos atrás―.

―Dom ―espeta Anne al separarse de mis labios―. Oye si quiero continuar pero siento que me vas a ahogar... No me dejas ni respirar por Dios.

Su comentario me produce algo de risa. No la voy a ahogar, la quiero devorar...

―Perdóname ―respondo cerca de sus labios y con mi frente descansando en la suya― ¿Tienes miedo?

―No... Algo de nervios sí.

―Los nervios son el mejor disfraz que usa el miedo para ocultarse ―comento luego de separarme de ella. Le tomo la mano, me siento en la cama y la atraigo un poco hacia mí. Anne se detiene y solo observa lo que hago, su mirada verde algo aceitunada se ha oscurecido un poco―. Ven aquí.

Cuando la tengo cerca ―entre mis piernas―, de pie y frente a mí, recorro con mis manos esos blancos, voluptuosos y bien proporcionados muslos. Mis palmas suben por cada uno de ellos, Anne se sujeta de mis hombros y me observa con una mirada extraña, parece que le gusta lo que ve o en su defecto está atenta a lo que hago. Levanto cada vez más la tela que recubre su cuerpo y lo que veo me excita mucho más.

Mierda la ropa interior de esta señorita es mínima, pienso. Anne no es delgada tampoco es obesa, está en el medio de los dos, sin embargo su abdomen si es plano y está cubierto de una capa de finos y dorados vellos ―que se acaban de levantar con el roce de mis manos―, por cierto.

Ahora estoy más jodido que antes ¿Cómo se supone que llegaré hasta el final si cada cosa que veo me pone cada vez peor? De ser así terminaré antes de lo normal o debido. Piensa en otra cosa Dom, piensa en otra cosa, me repito en la mente pero esa mierda no sirve. Yo lo único que deseo ―en este instante― es probar el interior de Anne, sentirla, escucharla jadear, internarme en su ser. Y ahí vuelve el maldito morbo que embriaga ―una vez más― mi mente.

Tú, Sabes Bien ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora