4. La fuerza para cien hombres

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Raúl de Chagny encontró al Barón de Neuvillete sentado en La Gran Escalera, mirando al vacío con tristeza.

-Perdón por hacerte esperar. Vaya noche de debut, ¿eh?

-Vaya noche…

Ambos se miraron. Obviamente, sus expectativas para esa noche se habían derrumbado cruelmente. Raul se sentó a un lado de Christian.

-¿Has visto a mi hermano?- preguntó, tratando de cambiar la conversación.

-No.

-Se dice que tiene amoríos con una bailarina, ¿sabes?

-Sería lindo que tuviera al menos habladurías sobre amores.

-¡¿Cómo?- exclamó Raúl, casi en un grito –¿No tienes amada?

-Vengo de provincia, llevo muy poco tiempo aquí, pero ha sido el suficiente para…- hizo una

pausa pudorosa.

Raúl lo apremió con la mirada para continuar.

-…para encontrar a la más hermosa de las mujeres de Paris… tal vez del mundo entero.

-¡Así que te has enamorado!- dijo alegremente Raúl.

Christian no pudo evitar sonreír, pero tras un instante su rostro volvió a ensombrecerse.

-Pero esta noche, cuando esperaba verla después de la función, ha sucedido todo esto. Aun cuando la hubiera visto, seguramente habría estado asustada para el amor… y… ¡y yo también!

Ambos jóvenes se soltaron a reír.

-¿A qué están jugando, niños? Ya es hora de irse.

Felipe de Chagny bajaba la escalera, y llegó por detrás de ellos. Terminando lentamente de reírse, los dos jóvenes se pusieron de pie y siguieron al Conde Felipe, que comenzaba a bajar las escaleras con ese aire de quienes, sin decir una palabra, te aseguran que todo estará bien.

-Vaya un Fantasma complicado, ¿no crees?

-¿Podríamos cambiar el tema, Justiciero del arte? Todo se ha solucionado por esta noche.

Canelle y Cyrano vagaban por los pasillos de vestidores, ella intentaba olvidar, pero él no podía hacerlo.

-¡Anda, deja de darle vueltas al asunto!- Canelle se paró frente a Cyrano y comenzó a caminar de espaldas, con una sonrisa juguetona.

-No puedo.

-¿Ah, no? ¿Y qué tal si me dices quién fue la pura y casta doncella mancillada por la mirada de Montfleury?

Cyrano dejó de caminar de golpe y se notó claramente consternado. Canelle soltó un gesto de victoria tan intempestivo que casi se cayó de espaldas.

-¡A que te hice olvidar al Fantasma!- comenzó a reír y a bailar alrededor de Cyrano, que se había quedado de pie intentando mostrar solemnidad –Dígame, señor de Bergerac: ¿quién es la dueña de su arte?

-¿Qué dice esta señorita, Cyrano?-

-¡Le Bret!

Canelle se detuvo e hizo una pequeña reverencia como saludo hacia el hombre que acababa de llegar y que sin prestarle atención al saludo se dirigió hacia Cyrano. Aun cuando el hombre no estuviera notoriamente cargado de preocupación, ella no esperaría una disculpa por haber sido ignorada.

-¡Te he estado buscando por todos lados! ¡Vaya que esta vez te has metido en un lío!

Cyrano sonrió para tranquilizar a su amigo.

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