9. Así se entera uno de las cosas

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Cada copa diluía un poco más el recuerdo de Cristina, de quien parecía ser Cristina…

-¡Ya te lo dije! ¡Esa no era Cristina!

-Sí, seguramente.

Christian comenzaba a arrepentirse de haber llevado a Raúl a aquella taberna, su amigo no paraba de beber, por lo que él mismo sostenía en sus manos la única copa de vino que había estado vaciando aquella noche. Debía estar sobrio para cuidar a su compañero.

-¡Olvidémonos un rato de ella!- dijo Raúl, tomando por el hombro a Chrsitian –Y dime, amigo mío: ¿Qué hay sobre ti y Roxana?

-¿Sobre mí y Roxana?- repitió la pregunta el joven cuyos rizos ahora enmarcaban un rostro colorado –Pues… pues…

-¿Ya te has confesado?

-Sí…

-¿Y ella te corresponde?

-Sí… podría decirse…

-¿Cómo que podría decirse?

Christian titubeó… ¿debía decírselo? Raúl se lo había contado todo, corresponder de la misma manera sería lo más adecuado, pero… su trato con Cyrano era un secreto. ¿Y si Raúl se lo decía a alguien más? ¡Bah! ¡Está tan ebrio, que tal vez lo olvide!

-Tengo un trato…- comenzó, mientras Raúl se acomodaba para escucharlo -…un trato con Cyrano de Bergerac.

-¿Con Cyrano de Bergerac?- el joven vizconde esperaba todo menos eso -¿Al que acusaron de asesinar a Montfleury? ¿Qué clase de trato tienes con él?

-Pues resulta que es poeta…- continuó Christian con reserva -…y yo… pues definitivamente no lo soy… así que él… escribe las cartas de amor que le entrego a Roxana.

-¿QUÉ?- gritó Raúl, azotando la copa contra la mesa (suerte que no se rompió, porque si no se pondría a chillar) -¡Eso es un engaño! ¡Una estafa! Christian, ¿cómo puedes?

-¡Es lo único que puedo hacer!- respondió airadamente el agredido -¡Ela no puede amarme de otra manera!

-¡Entonces no merece tu amor, si no te acepta tal como eres!

Christian abrió la boca para responder, pero no dijo nada. En realidad, Raúl tenía razón, pero la estrategia era sólo para conquistar el amor de Roxana. Algún día le contaría todo, y ella entendería que todo habría sido por amor. Se casarían y tendrían hijos, y envejecerían juntos…

-No puedo mantener el engaño el resto de mi vida… o la de ella…- dijo al fin -…algún día le diré todo, y si en verdad me ama, lo aceptará. Digo, después de todo no es tan grave, ¿o sí?

Raúl prefirió beber el vino que acababa de servir en su copa a responder.

Ninguno de los dos imaginaba siquiera el alboroto y movilización que se había iniciado entre el personal de la Ópera. La noticia de la desaparición de Cristina había corrido de boca en boca, y ahora todos los presentes estaban enterados.

Los directores se habían retirado a sus respectivas casas antes de que le noticia empezara a volar, lo cual los hacía los únicos miembros de la Opera Populaire sin saber el chisme.

Meg Giry había encontrado a su madre y le había contado todo con notoria preocupación (habiéndoselo contado a todos con quien se encontró antes): había entrado al cuarto de Cristina y no había ni rastro de ella, ni siquiera señales de lucha, ni nada… simplemente encontró la ausencia de vida. Las Giry entonces se dedicaron a pasar la voz acerca de que no había nada que temer por Cristina, sin ninguna otra explicación, pero si lo decía Madame Giry todos lo aceptaban sin dudar.

-Desapareció de su cuarto.- escuchaba Canelle por enésima vez, de boca de una asustada bailarina que se había reunido con algunas otras chicas –¡Sin dejar rastro!

-¿Y qué tal si sólo salió por la puerta sin que nadie la viera?- le preguntó Canelle a Cyrano, que aún estaba con ella.

-Me sorprende tu escepticismo, protegida mía.- se escuchó una voz rasposa y burlona detrás de ellos, Canelle reconoció inmediatamente a José Buquet. Protegida mía era como la llamaba cuando tenía un humor más irónico de lo normal. –Esto sin duda es obra de El Fantasma de la Ópera.

-¡BAH!- exclamaron Canelle y Cyrano al mismo tiempo, como si lo tuvieran ensayado. En cambio, el grupito de chicas comenzaron a murmurar expresiones de temor, y se acercaron lo mas que pudieron entre ellas.

José Buquet adoptó una actitud sombría, y comenzó la descripción que ya muchos conocían.

-Puede ocultarse en cualquier lugar del Palacio y aparecer un instante después en el ala opuesta, acecha en la oscuridad donde nadie puede ver su temible rostro: un rostro que pareciera humano, pero sólo es así en un costado de su faz, el otro ha sido marcado por el Diablo, que le ha chupado la carne y sangre, y le ha dejado la piel pútrida y amarilla como la cera de una vela consumida pegada a los gélidos huesos, sus ojos arden en ira y odio, ojos dorados como los de un felino acechando su presa… Es por eso que nunca debes caminar solo por el Palacio, y si tienes necesidad de hacerlo… deberás cuidarte de su mortal lazo…

Buquet tomó una cuerda cercana y comenzó a perseguir a una corista miedosa, las demás coreaban su exagerado miedo.

Canelle sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, había oído aquello infinidad de veces, pero nunca le había prestado atención… la imagen que su mente acababa de crear, combinada con el recuerdo de una voz de trueno, no le agradaban nada.

-¿Estás bien?- preguntó Cyrano, que al desviar la mirada de las jovencitas y el hombre del "lazo", se percató de que Canelle se había puesto pálida.

-S-sí…- respondió ella, abrazándose por los hombros -…es sólo que…

La bulla que había armado José Buquet fue cortada de tajo por el sonido de dos golpes secos en el suelo, causados por sendos bastonazos de Madame Giry.

-¡Dejen ya sus jueguitos insolentes!- ordenó con voz dictatorial la señora –Ni una palabra más sobre Cristina Daaé, ¿comprenden? Vayan y díganselo a todos, así como han regado el rumor de su desaparición. Y los directores no deben enterarse, ¿han entendido?

Las chicas y José Buquet se retiraron cabizbajos, Canelle no se movió, aún sentía escalofríos, Cyrano iba a abrazarla por los hombros…

-¿Y usted?- pero fue interrumpido por la imperativa voz de Madame Giry -¿Qué hace usted aquí todavía? No es usted un actor, ni un cantante, ni un tramoyista de este Palacio.

-Mis disculpas, señora.- dijo con una reverencia –Me retiraré ahora mismo. Por favor, ponga a Canelle en cama, no tiene buen aspecto.

Dió la vuelta y se acercó a Canelle, despidiéndose de ella en voz baja.

-Ve a la cama y no pienses más en esto, ¿sí? Necesitas descansar.

-Tú también…- respondió Canelle, intentando sonreír -…gracias.

Ambas miraron a Cyrano alejarse.

-Bien, señorita Canelle, hágale caso al caballero y vaya a dormir.

Sin siquiera pensar en cuestionar o rezongar a la mujer, Canelle obedeció.

Mientras tanto, en algún lugar de las catacumbas de la Ópera, Cristina Daaé abría los ojos… ¿en qué momento había perdido el conocimiento? ¿En dónde se encontraba ahora?

¿Y quién era el hombre cuya rodilla le servía como almohada, y refrescaba sus sienes con delicadeza y atención extremas?

CONVERGENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora