29. Reflexiones e impulsos

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Canelle suspiró, separándose con trabajo del abrazo del cual no quería librarse nunca.

Las campanadas de medianoche fueron como despertar de un sueño, un hermoso sueño oculto por una máscara de mariposa, pero era hora de volver a ser una tramoyista huérfana.

Cyrano también comenzaba a sentirse somnoliento y lo tomó por sorpresa el movimiento de la chica, no pudiendo oponer resistencia para retenerla entre sus brazos, se le quedó mirando de pies a cabeza por primera vez en la noche mientras ella se desperezaba.


Lucía diferente, totalmente diferente. Además de que era la primera vez que la veía con algo de ropa que no fueran un pantalón y una camisa de hombre, cada milímetro que su cuerpo cambiara de posición le parecía mucho menos tosco a como lo recordaba, sobre la abombada falda se resaltaba su delgada cintura y el escote perfectamente ceñido a su figura mostraba lo que usualmente ella se esforzaba en ocultar con camisas de olanes enormes.

El Cadete de pronto cayó en cuenta de que su amiga era una chica. La tenía catalogada como a alguno de sus grandes amigos poetas o Cadetes: fuerte, sincera y leal, pero ahora frente a él se sacudía el sueño una damita frágil y elegante. ¿Tratarla durante todo ese tiempo de la manera en que lo había hecho lo convertía en un cretino?

Desvió la mirada cuando los ojos de ella buscaron los suyos, se descubrió como pocas veces en su vida: sin saber qué hacer.


-Cyrano, vámonos.- dijo Canelle extrañada por el gesto de su acompañante.

"Hasta su voz suena diferente" pensó Cyrano antes de que Canelle le extendiera su mano enguantada y tras dudar un poco la tomó.

-¿Pero porqué?- replicó sin comprender, el barullo del baile continuaba, pero al ser guiado de regreso a la acción se dio cuenta de que todos comenzaban a quitarse las máscaras y comprendió.

Tomado de la mano de la mariposa se dejó guiar entre el gentío sin que ninguno de los dos hablara ni mirara a nadie más, hasta que encontraron pasillos vacíos y sin asombrarse mucho miró como Canelle descubría un pasaje secreto.

Al cerrarse el muro tras ellos y encontrarse a oscuras, escuchó como la chica se quitaba la máscara e hizo lo mismo, se quedaron en silencio un momento acostumbrando sus ojos a la obscuridad.


Mientras tanto, en la Gran Escalera, Armand Moncharmin y Fermin Richard (despojados ya de sus máscaras) anunciaban que su Prima Donna, La Carlota, cantaría un aria para recibir el nuevo día.

Los aplausos no se dejaron esperar mientras La Carlota subía la escalera hasta donde todos podrían contemplarla sin esfuerzo. Agradeció con su altivez habitual y vocalizó un par de notas.

Salió de su voz un aria de Donizzeti, ese poderoso instrumento que encantó a casi todos los presentes.

Excepto, por supuesto, al crítico más duro: el pequeño Gabriel que se cubrió instintivamente los oídos y refunfuñó cuando su tutora lo evitó tomando sus manos y deteniéndoselas a los costados.


Y por supuesto tampoco le agradó la idea a Cristina Daaé, aunque era imposible que los demás se dieran cuenta, ya era de las únicas personas en el baile que aún usaba máscara, y Raúl no regresaba todavía.

¿Cómo pudo dejarla sola? ¿Y toda esa palabrería de que siempre estaría con ella? Estaba ahí en medio de todos los fanáticos de esa odiosa diva, debía quedarse a esperarlo en lugar de salir huyendo para evitar escucharla.

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