26. El Sitio de Arrras

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El silencio del alba en el Sitio de Arras se rompió con algunos disparos en algún lugar de los límites del campamento Francés.

Cyrano saltó con soltura las trincheras que a duras penas se mantenían en pie , sólo para encontrarse de frente con una profunda mirada de reproche de su amigo LeBret que lo esperaba con los pies bien plantados en el suelo y las manos en la cintura.

-Lo sé.- dijo Cyrano tajantemente tratando de huir, pero LeBret lo detuvo del brazo mirándolo con preocupación.

-Si lo sabes, ¿porqué sigues con esto?- preguntó.
-Eso tú lo sabes.- respondió Cyrano con seriedad.

Su amigo lo soltó con un suspiro resignado -Confías demasiado en la mala puntería española.

-Hasta el momento no me ha fallado.- sonrió bajo la enorme nariz socarronamente.

Antes de que LeBret pudiera reprochar algo más, los cadetes fueron despertando a su realidad y Cyrano se escurrió a su tienda.

Quejándose del fastidio, el hambre, el frío, y todos esos males físicos y morales que le achacan a quien se encuentra atrapado y derrotado, el inicio del día de Los Cadetes de Gascuña no podía ser peor.

Su sufrido Capitán hizo salir a Cyrano de su tienda, al ser el único que encontraba la manera de menguar un poco el sufrimiento en el espíritu de sus compañeros, y consiguió distraerlos un poco hasta que uno de los cadetes anunció que se acercaba el Conde de Guiche. Las energías de los militares se enfocaron en quejarse de lo mal que les caía esa visita y a fingir que se encontraban perfectamente, ocultando el hambre en dados, naipes y nubecillas de humo tabacalero. No le darían gusto a su coronel de verlos sufrir.

De Guiche apareció montado en su caballo. Su esfuerzo de mantener la postura de gran señor era notoriamente supremo, la palidez de su rostro y el hambre atizándole las costillas era la misma de los demás.

Aún así, no perdió la oportunidad de pavonearse frente a sus inferiores narrándoles su más reciente hazaña estratega.

-¿Y vuestra banda blanca?- preguntó Cyrano inquisitivamente, todos habían notado la ausencia del accesorio que le profería una posición superior y por fin encontraron interesante la visita del Conde.

De Guiche carraspeó y explicó su brillante maniobra en la que había dejado dicha banda para hacerse pasar por un soldado más y escapar fácilmente al perder la atención de los contrarios. Regresó con sus propios hombres para derrotar al pelotón en un contraataque.

-¿Qué opináis, señor de Bergerac?- preguntó pedante.
-Ningún hombre de honor abandonaría su insignia de posición en el ejército.- respondió Cyrano con su tan practicada cortesía hiriente.

Los Cadetes aguantaron la risa mientras De Guiche se ponía colorado por un par de segundos para regresar después a su pose de superioridad.

-Cualquier otro movimiento era imposible. Eran demasiados, y disparaban sin piedad. Podría haber regresado a recuperarlos, pero sabrá usted que hay cosas más importantes. No es que no pudiera o quisiera hacerlo, si no tuviera cosas más importantes que hacer regresaría yo solo a recuperar mi banda blanca. Aun cuando el lugar quedó barrido por la metralla e inaccesible.

-No es necesario, aquí está.- declaró Cyrano levantando en alto el trofeo: la banda blanca que inmediatamente fue arrebatada por De Guiche mientras los Cadetes se burlaban por lo bajo.

Sin comprender nada, miraron como su coronel tomaba la banda y la agitaba en el aire, recibiendo una señal desde fuera del campamento.

-Es un espía.- aclaró el Conde mientras se ponía el accesorio -Nos brinda muy buen servicio, le ha dicho al ejército español que lancen todas sus fuerzas sobre el sitio más vulnerable de los nuestros, mientras nosotros pasaremos víveres aprovechando la distracción.

Los Cadetes comprendieron la situación: ellos eran el sitio más vulnerable e inmediatamente se levantaron listos a equiparse para defender.

-Atacarán en una hora aproximadamente.- indicó De Guiche.

-¡Entonces queda tiempo!- exclamó un Cadete, y sus compañeros mostraron que compartían la misma opinión volviendo a sentarse y descansar.

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