43. Cómo terminan un par de historias que posiblemente nunca se habrían juntado.

53 5 5
                                    

Catorce años después de la caída del candelabro, la vida seguía en las calles de Paris.


Fleur Blanche era la editora en jefe del periódico La Época, menos famosa por su puesto laboral que por la costumbre de salir del trabajo todos los días a las 8 de la noche, dejando cualquier cantidad de trabajo faltante a su asistente.

El motivo era pasar la noche con su hijo adoptivo Gabriel, un virtuoso pianista que rechazaba dos cosas: la fama mundial y las mujeres. La fama porque nunca aceptó tocar fuera de Paris ni a una hora anterior a las 8:30 de la noche; y las mujeres porque debía cumplir la promesa de no casarse nunca para cuidar a su tutora.

Esa familia era todo un escándalo, especialmente cuando los acompañaba el Cadete Le Bret, a quien Gabriel trataba como un padre y Fleur como a... nadie se lo explicaba cómo.


No menos escandaloso el "matrimonio" del Cadete Cyrano de Bergerac y Canelle, conocidos por todo Paris por no haberse casado nunca, a pesar de vivir juntos y haber levantado un pequeño teatro en el edificio de la calle San Honorato que alguna vez había sido una pastelería.

Ese pequeño teatro era más visitado por la repostería que ofrecía la diminuta cafetería de mano del pastelero Ragueneau, que por las obras que se presentaban ahí: piezas pequeñas de autores obscuros difíciles de comprender para el grueso de la sociedad Parisina.

Y era el lugar de reunión una vez al mes de Fleur, Gabriel, Le Bret, Cyrano, Canelle y Ragueneau, en veladas que generalmente se extendían hasta el amanecer y las risas y cantos se escuchaban por toda la cuadra.

Aunque el Palacio de la Ópera fue restaurado, nunca se vio algún miembro del singular grupo en aquel edificio.


Lo que se siguió viendo, aunque notoriamente cada vez menos, fueron los pleitos y odios provocados por Cyrano de Bergerac. Nunca perdió el placer por desagradar, por desafiar, burlarse y escandalizar.

Pero nadie se atrevía a tomar acciones contra él, temiendo a su afilada protectora.

Aunque la protectora era cada vez menos ágil, y los rumores de una posible venganza corrían con cada vez más fuerza por la ciudad.


Una tarde de sábado, en uno de tantos conventos Parisinos, una viuda bordaba. Con un gatito a sus pies jugueteando con las hojas caídas por el Otoño.

-Basta, Ayesha, eres igual a tu abuela.- regañó ella al sentir que el bultito peludo empezaba a jugar con sus enaguas, recordando a la gata persa que vivía con Le Bret hasta su felina muerte hacía un par de años, dejando una hija que a su vez había tenido su primera camada un par de semanas antes. Uno de los gatitos le había sido obsequiado y había decidido llamarla igual que su abuela.

-La hermosa Roxana, la flor que nunca se marchita.- se interrumpió de pronto el silencio.

-Señor De Guiche, hace tiempo que no lo veía por aquí.

La viuda sonrió bajo el velo, continuando su bordado sin mirar a su visitante.

-Usted sabe, mi nuevo puesto requiere todo mi tiempo.- explicó De Guiche, sentándose en un banco.

El gatito lo miró con recelo de lejos y tras unos momentos salió corriendo. No le gustaban los extraños.


-Ese es el asiento de mi primo.- indicó Roxana –Si lo encuentra ahí, tendrá problemas.

-¿El buen Cyrano sigue viniendo cada sábado?- preguntó el caballero, divertido.

CONVERGENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora