11. Ayesha

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¿Cómo había podido hacer semejante cosa? Él se lo había dicho claramente: la máscara no debía tocarse. Y ahora nunca sería libre, nunca podría librarse de aquella pesadilla de la casa del lago, y aunque él decidiera dejarla partir, nunca sería libre de aquella infernal visión.

La visión del rostro de él... que no era la de un Ángel, ni la de un Fantasma, era simplemente Erik, un hombre... que luce como un cadáver... un cadáver que profesa un amor inmenso.

¿Y ahora que debía hacer? ¿Quedarse encerrada en esa habitación hasta morir? ¿Enfrentarlo?

Aquella música le impedía pensar claramente, la música más terrible y grandiosa que jamás había escuchado, salía del gigantesco órgano como el más desgarrador de los lamentos desde hacía un rato que parecía un mes. Don Juan Triunfante tenía sometidos sus oídos. Y de pronto reinó el silencio...


Erik se levantó, tocar su Don Juan Triunfante sin haberlo terminado no lo satisfacía ni siquiera para resignarse. ¿Qué debía hacer ahora con Cristina? No podía dejarla marchar, podía convencerla de quedarse mientras el horror de su rostro se mantuviera oculto... pero ahora ella lo había visto, nunca más querría volver.

Al mirar al suelo se encontró con un par de platos pequeños, uno con unos restos de salmón y el otro con un poco de agua.

¿Alguna vez antes la gata había dejado sobras de comida? No, el plato siempre quedaba limpio...

-¿Ayesha?

Silencio.

-Ayesha, ¿dónde estás?


Erik buscó a su gata por toda la casa, llamándola, pero no recibió ninguna respuesta. Se asomó al final a la habitación a la que Cristina había corrido a ocultarse, y la encontró durmiendo.

Cristina era la causa de la ausencia de la gata, sin duda, los gatos son muy celosos, y ella nunca había tenido que convivir con visitas en la casa del lago... y mucho menos había tenido que soportar que la atención que normalmente se le destinara a ella, ahora se le prodigaba generosamente a una extraña. Siendo esas las circunstancias, Erik salió a buscar a Ayesha.

No pensaba perder a su leal compañera por una muchacha a quien le inspiraba terror.


Recorrió los fosos, los camerinos, las tablas... mudo e invisible. Aquel silencio se rompió con un amable susurro, cuando sus ojos encontraron a Canelle jugueteando melancólicamente con una pluma, dentro de un Castillo de cartón.

-Señorita Canelle, ¿no ha visto usted a un gato persa rondando por el Palacio?

Canelle se sobresaltó y la pluma cayó al suelo. Tras recobrar el aliento pudo responder.

-No, no he visto ningún gato últimamente. Ni siquiera sé como luce un gato persa.

-Debí imaginarlo.- respondió la voz –Le mostraré después el aspecto de esa raza, muchas gracias. Ah, y por favor regrese esa pluma a su dueño, si un poeta pierde una pluma, pierde con ella parte de su alma.

-Ni hablar.- soltó Canelle, un tanto molesta. ¿Cómo sabía que la pluma había sido olvidada por Cyrano? No pudo haberla visto, si estaba tan ocupado que perdió a su gato, mucho menos pudo estarla observando a ella. Y era obvio que si algo capta toda la atención de un hombre, sin duda es una mujer... dedujo entonces que Cristina estaba bien, en algún lugar de los dominios de el Fantasma de la Ópera.

-Un momento, ¿el Fantasma tiene un gato?- preguntó Canelle al viento –Vaya que la vida es curiosa...


La vida es tan, tan curiosa, que Erik tuvo la suerte de ver cruzar la puerta de la Ópera a Fleur Blanche y su compañerito Gabriel... y aquel niño traía un gato en brazos, de un aspecto tan peculiar que llamaba la atención de quienes se cruzaban en su camino.

Aunque nadie que la viera podría imaginar que su nombre era Ayesha, y era la gata de El Fantasma de la Ópera.

CONVERGENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora