16. Revelación y silencio

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-Maldición, al final todo ese dinero era apenas suficiente para caviar y salmón. ¡Qué tacaño!

Fleur Blanche caminaba malhumorada por las calles de Paris, había salido a comprar despensa, y el tendero del almacén la había mirado de la manera más descaradamente extrañada posible al escuchar la solicitud de salmón y caviar.

-No quiero imaginar como me hubiera mirado de haberle dicho que era para el gato.

-Comprende, Fleur, nunca en la vida habíamos comprado caviar... al menos no en nuestra vida juntos.

Fleur volteó, había notado un dejo de tristeza en esas últimas palabras y miró a Gabriel que ahora caminaba cabizbajo. Ambos estaban conscientes de la razón por la que estaban juntos: el niño había quedado huérfano al morir su padre (trabajador de la prensa) en un accidente de trabajo. Para evitar la enorme y tardada cantidad de trámites legales, apresuraron la asignación de un tutor legal...

...una tutora, en realidad.

Fleur Blanche, apenas mayor de edad, una reportera tan prometedora que comenzaba a parecer amenazante. Nada mejor que aventarle una carga de tales dimensiones para distraerla.

La joven había aceptado por dos razones: en primer lugar, para demostrar que nadie sería capaz de derrotarla con intrigas de calaña colegial y en segundo lugar, porque la situación de Gabriel era parecida a la suya.

Eso le había explicado: que alguna vez la llamaban Selene, y que al quedar huérfana había recibido el apoyo suficiente para llegar a donde estaba ahora. Y le prometió que lo apoyaría de la misma manera para que pudiera algún día ser feliz haciendo lo que le diera la gana... y sin morirse de hambre.

Aún con todo, Gabriel sabía que era un gran peso para ella, por eso siempre la obedecía y soportaba sin ningún reclamo sus radicales cambios de humor. En realidad había terminado por quererla mucho y se esforzaba porque ella lo quisiera también. Su mayor felicidad era que a su protectora se le escapara alguna legítima muestra de afecto y su sueño era ser como ella.

-El caviar sabe horrible, Gabriel, no me gusta y no te gustará.

Pronunció Fleur cual niña mimada ante una comida desconocida, alborotándole un poco el cabello al pequeño. Gabriel volteó y su mirada se encontró con un travieso guiño.

Cruzaban la calle de San Honorato, y cuando el niño buscó con ojos golosos la famosa pastelería de la acera de enfrente, divisó en el aparador dos figuras que ya le eran inconfundibles.

-¡Fleur, mira!

La joven volteó hacia donde le señalaban y esbozó una sonrisa.

-Curioso. El Señor de Bergerac y su amiga la tramoyista están en venta, eso sí que es apoyo a un negocio a punto de quebrar.- inquirió mordazmente, decidiendo si debía acercarse -¡Y aquí llega el comprador!- completó al reconocer la alta y delgada figura de Henry Le Bret entrando por la puerta del establecimiento. Sin preguntar, tomó la mano de Gabriel y lo guió hacia allá, murmurando que tenían dinero para un pastelillo o dos.

-Sospechaba que te encontraría aquí.

Canelle y Cyrano voltearon al mismo tiempo al escuchar la voz de LeBret, pero en lugar de recibir el regaño que esperaban, se encontraron con un rostro sereno, enmarcado por aquella impecable barba y cabellera larga azabache recogida en una cola de caballo. Se acercó hacia ellos y tras saludar galantemente a la joven (recibiendo por respuesta un "Buenas tardes" mucho menos notorio que en carmín en las mejillas de la chica) se dirigió a Cyrano, quien inmediatamente trató de ignorarlo.

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