7. El punto sin retorno

96 7 6
                                    

Canelle se cubría los oídos desde su posición.

Think of meee, think of me FONdly when we said GOOOOODBYeeee

¿Cómo podia La Carlota tener tantos admiradores?

-¡Bravo, Signora!- exclamó Moncharmin con un mal acento italiano.

-Ya comprendo.- agregó Canelle.

Era de todos sabido que Armand Moncharmin no sabía nada de música, y el Palacio de la Ópera se llenaba principalmente de aristócratas en la misma situación, que utilizaban el edificio como aparador, más que como un lugar de recogimiento artístico.

El último ensayo previo a la gala de aquella noche avanzaba de maravilla, aún cuando había sido precedida por un cúmulo de quejas de la Carlota, acerca de una nota recibida esa mañana, en la que se le prohibía cantar.

-¡Prohibirme cantar a mí!- repitió escandalosamente con su acento español, como venía haciéndolo toda la tarde -¡Yo cantaría aunque estuviera agonizante!

Aunque, como aparecería al día siguiente en los periódicos de Paris, La Carlota enfermó una hora antes de la función tan gravemente, que la enviaron a su casa.

Y ahí comenzó el caos.

-¡¿Quién demonios suplirá a La Carlota?- gritaba colérico Richard a todo el mundo.

-¿Importa realmente? ¡Esa señora canta feo!

-¡SSSSSH! ¡Gabriel!

Fleur Blanche y su habitual acompañante ya habían llegado al Palacio para entonces. Miraban al personal corriendo por todos lados, sin que nadie les prestara atención.

Notaron que una bailarina había seguido insistentemente a los directores durante varios minutos, aunque no se atrevía a hablarles. Finalmente, cuando Richard se dio un respiro entre sus regaños, la bailarina se armó de valor y se paró frente a ellos.

-Disculpen, señores…-

-Dígame, señoritaaaa…- obviamente, Moncharmin no tenía idea de quién estaba hablándoles.

-Giry.- respondió tímidamente la chica –Meg Giry, señor. Verá, creo saber quién sería el reemplazo perfecto para La Carlota.

-Ah, ¿sí?- preguntó Richard, totalmente escéptico -¿Y quién es esa maravilla?

-Cristina Daaé- soltó rápidamente ella, antes de desviar la mirada en espera de un regaño.

-¡Pero ella es una corista!- exclamó Richard, molesto porque le estaban quitando el tiempo.

-Pero… pero… ¡ella merece una oportunidad!- replicó Meg, venciendo la timidez -¡Ha sido
una profecía! ¡Una voz me ha dicho en sueños que si Cristina canta esta noche, será un éxito total!

Cansadamente, los directores de miraron… faltaba media hora para subir el telón. ¿Acaso tenían otra opción?

-Dígale a Cristina Daaé que se prepare.

La Giry se retiró obedientemente.

-Cristina Daaé…- dijo Fleur, pensativa -…hija de un violinista sueco fallecido, ¿no?

-No me acuerdo.- respondió Gabriel con total desinterés.

Prepararon a Cristina Daaé para salir a escena tan estrepitosamente, que fue arrojada al escenario, en un lleno total, sin haber escuchado ni siquiera un suspiro de su Ángel de la Música. ¡Ay! ¿Cómo podía cada asiento estar ocupado esa noche, en que no había recibido la bendición de su Ángel?

CONVERGENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora