31. El momento más obscuro

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Cyrano pudo escurrirse fácilmente por la puerta de actores, apenas deambulaban dispersos por ahí los bebedores más tenaces, tambaleándose y armando barullo.

Un par de coristas notaron su presencia y entre risitas burlonas obviamente causadas por la nariz lo pasaron de largo; a él no podía importarle menos en ese momento lo que dos taraditas pensaran sobre su nariz. Al encontrar el camino hacia el escenario apretó el paso, la única entrada a los pasajes subterráneos que recordaba era la del foso de orquesta.

Cruzó una esquina y sus ojos no pudieron evitar a una pareja que haciendo a un lado el pudor y recato se entregaban a los labios y la piel del otro, desvió la mirada instintivamente al escaparse un par de rosadas curvas de la blusa que ágilmente estaba siendo arrebatada de su dueña.

Sintió una especie de escalofrío nuevo para él, en una fracción de segundo su cerebro razonó que debía apresurarse o jamás conocería lo que la oculta pareja experimentaba en esos momentos. Ahora no cabía duda: quería conocer esa sensación, y quería conocerla junto con Canelle, la deseaba aún más de lo que había deseado a Roxana toda su vida. Pero ahora ella estaba en peligro, y por nada menos que su culpa. La voz de Le Bret durante sus constantes sermones sobre las consecuencias de su diversión en crearse enemigos resonó en su cabeza acusadoramente.

¿Tenía derecho a desear felicidad propia si lo divertía tanto hacerle pasar ratos infelices a otros? ¿Tendría la capacidad de hacer feliz a alguien más? A Canelle, a esa chica que lo único que había dirigido hacia él era bondad, y él solo había sido un egoísta, ciego y estúpido. Ella nunca lo juzgó, ella nunca le pidió fingir, ¿y qué pudo darle él a cambio? Ahora la tenían en sus manos quién sabe quienes y lo último que él había hecho fue repudiarla.

"Por favor, aguanta." pensó mientras se internaba en los laberintos ocultos del Palacio, combatiendo la oscuridad con una lámpara de gas que dos borrachos habían dejado encendida mientras roncaban a todo pulmón.


-¡Mira qué resistente resultó la mariposita!

Dijo burlonamente un hombre tan enorme como un armario, mientras balanceaba a la chica semi-inconsciente que tenía firmemente sujeta del escote.

-Mejor así, será una delicia ver como sus ojos agonizantes suplican la ayuda del Señor de Bergerac cuando llegue a rescatarla.- agregó uno más acercándose, mirándola con saña -¿Cómo sigues despierta? ¿Eres tan fuerte como una perra callejera?

Una mano delgada y nudosa le asestó una bofetada, aunque su cabeza se ladeó bruscamente por el impacto, en realidad apenas lo sintió.

-No vendrá.- balbuceó con las pocas fuerzas que le quedaban. Se sentía mareada, nauseabunda, su ojo derecho asomaba apenas de una rendija, lo que alcanzaba ver era más bien manchas que oscilaban sin control y la única percepción de su cuerpo era pesadez y dolor

–Me odia, no vendrá. Mátenme de una vez.- repitió mientras sus ojos se humedecían, sumiéndola en una inmensidad grisácea.


Seis risotadas saturaron sus oídos y la llenaron de angustia.

-Por una mierda de mujer como tú, podría no venir.- se burló una voz que Canelle no había escuchado antes –Pero Cyrano de Bergerac nunca rechaza un reto.

La joven cerró los ojos desesperada, comprendiendo que esa era la verdad. Ella no importaba, solo el desafío.

-¿Mierda de mujer? ¿Pero qué dices?- preguntó quien no la había soltado ni un poco, arrinconándola violentamente contra la pared -¿No pudiste sentir la firmeza de esas curvas mientras la golpeábamos? Podría divertirme con ese par tan generoso esperando bajo el escote, y luego algo más abajo.

CONVERGENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora