9. Correr el riesgo.

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Lea abrió sus ojos en la mañana, encontrándose nuevamente con el techo gris de la habitación. Lo observó con seriedad algunos segundos, la tristeza que parecía transmitir a su ser. No recordaba nada en su enorme cantidad que años que pareciera ser tan vacío y neutro como aquello. Acostumbrada a bellezas inexplicables y maravillas sin comprensión, ella no podía hacer nada más que sentirse triste ante tal color.

Se sentó sobre la camilla en silencio, provocando un suave chirrido en la habitación que pareció hacer eco, y reaccionó a que seguía encerrada allí, y que quizás sería difícil volver a su lugar en el espacio. Ya había dejado su hogar detrás, no había manera de regresar hasta completar la misión que el Universo le había encargado. Y ahora parecía tan enorme para ella, una misión increíblemente grande para un cuerpo tan pequeño. Y se preguntaba, ¿sería capaz de cargar con todo ello por primera vez en toda su existencia?

Sus pies descalzos colgaban de la camilla y los movía de un lado a otro con energía, ya que le parecía divertido ver sus pequeños dedos balancearse. Podía sentir cada centímetro de su cuerpo, cada contacto realizado, cada fracción de desplazamiento que realizaban sus músculos. Cada segundo era especial a su manera, porque jamás había sentido absolutamente nada en su eternidad, y ahora lo recibía todo sin ningún tipo de barrera, sin nada que pudiera cambiarlo.

Piso el suelo de un sala en la que se encontraba con cuidado. Éste se encontraba frío, logrando que recibiera un fuerte escalofrío por su columna y erizara suavemente su piel. Soltó una pequeña risa que no pudo contener, todo era tan extraño para ella ahora. Cualquier pequeña acción tan usual en un humano podía ser todo un descubrimuento para un ser tan especial y diferente.

Caminó por la habitación, acostumbrándose a sus piernas y sus pasos, sintiéndolo cada vez más normal. Hacia algunos pasos cortos, y otros más largos, estirando sus piernas y casi perdiendo el equilibrio. Todavía era extraño estar en aquel cuerpo, y a penas había pasado casi un día desde que había despertado en aquel lugar. No había tenido tiempo de aprender, había sido obligada a adaptarse a como pudiera, pero ahora que estaba en soledad, podía comenzar aprender realmente lo que era ser humano.

Luego de varias pruebas con sus pies, decidió sentarse frente a la puerta de metal, esperando que alguien llegara por ella. Pero el tiempo pasaba y nada ocurría. Cansada de la espero, observó sus manos, sus palmas y las pequeñas líneas que se formaban en estas, sus dedos y sus uñas. Estiró sus piernas delante de ella y comenzó a mover sus pequeños dedos de atrás hacia adelante. Para ella, entender su anatomía era uno de los mayores descubrimientos que pudiera hacer, ya que no se comparaba en nada en absoluto a todo lo que ya conociera.

Los minutos pasaban y nadie aparecía para sacarla de ahí, y temía que se hubieran olvidado de ella. Que al final de todo, el Universo hubiera tenido razón. Y en aquel caso, odiaria que Él tuviera razón. Llegaba a un punto en que ni aprender sobre ella misma le resultaba interesante, porque quería salir de allí. Pero la puerta sonó levemente, para luego abrirse con lentitud. Una sonrisa se formó sobre sus labios de forma automática. No podía evitarlo, su cuerpo humano sólo quería sonreír.

Steve apareció detrás de la puerta con una pequeña sonrisa tímida en sus labios, sus ojos parecían alegres, pero no tanto como los de Lea.

—Es hora de salir de aquí —susurró mirándola a los ojos— ¿Me estabas esperando? —preguntó al ver su expresión ansiosa y feliz. Ella simplemente asintió.

Se levantó para acercarse a él y tomar su mano, poniéndolo nervioso al instante. Inclinó levemente su cabeza y sonrió hacia él, no estaba segura de por qué los humanos se sentían nervios, pero ella los sentía cuando él aparecía, lo sentía provocado por aquellos ojos azules.

Daughter Of The Ashes. [Steve Rogers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora