Prólogo

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El tic-tac de las manecillas del reloj taladraba los oídos de quienes se encontraban en aquella blanca y amarga sala de hospital. El tiempo parecía detenerse y prologarse a la vez; nadie estaba seguro de que en realidad existiera pues habían perdido su noción; el ambiente se percibía denso y las respiraciones de cada uno se mezclaban en el mismo ciclón de desgracia y acerbo que ya los había devastado.

Tal vez Robert debía estar en una importante junta de negocios cerrando un trato con ingenieros escoceses, Hannah atendiendo a alguna clienta indecisa en su casa de modas, Valeska con el novio que a su hermana nunca le cayó bien, Emma en alguna cita con cualquier chico y Leon jugando la final de la Eurocopa en Francia con la Selección Alemana, pero nada de aquello era ni sería así. Aunque las visiones de la vida de los cinco iban en paralelo habían terminado por cruzarse luego de que sus recorridos tomaron otro rumbo.

Detrás de sus semblantes rígidos ocultaban la locura con la que luchaban internamente, llevaban más de ocho horas sin ir a otro lugar que no fuera al interior de aquella clínica y estaban al borde de la desesperación sin recibir alguna noticia. Las ojeras y cabeceos por parte de ellos cada vez se hacían más presentes, no se sentían capaces de seguir esperando una hora más, querían descansar pero también necesitaban escuchar o percatarse de alguna señal que les diera una esperanza y saber que todo estaba bien.

Caminar por la línea vital de manera recta era todo lo que ella había tenido qué hacer; sin tantas emociones ni sobresaltos, y eso había hecho durante toda su vida hasta los últimos meses que lo encontró a él. Debía admitir que Leon y su constante pensamiento de "sólo se vive una vez" le habían cambiado su perspectiva completamente y se atrevió a ser como siempre había querido; al menos, solo por un tiempo.

Tenía en claro que él debió alejarse desde el primer instante que estrecharon sus manos para saludarse, nunca debió mirarla a los ojos y enamorarse de cada simple gesto que hacía. Probablemente él era el culpable de lo que estaba ocurriendo, la había sacado de su marginado estilo de vida llevándola a lugares en los que nunca había puesto un pie, poco le importó respetar las normas que ella había seguido durante años, pero sólo había deseado que la dueña de sus pensamientos disfrutara de lo que, probablemente, no debía huir, quería que se arriesgara y por unos instantes dejara atrás la sombra que cargaba y la perseguía cada día de su vida.

La había cuestionado múltiples veces sobre cuáles eran sus miedos y la había hecho salir de algunos de ellos pero nunca se había preguntado a sí mismo cuáles eran los suyos, hasta ese momento sólo podía reconocer uno que le paralizaba cada sentido; ver al doctor acercándose a ellos para informarles si el corazón de Janina seguía o había dejado de latir.

¿Cuáles son tus miedos? (Leon Goretzka)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora