17.

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Camisa negra, el vaquero y los zapatos oscuros, también. Esa es mi vestimenta para acompañarla.

Nunca deja que nadie le abra la puerta del coche, pero esta vez se deja sin quejarse, al revés de como hace normalmente.

Eso me da una señal de que está peor de lo que pensaba.

Me da la dirección y conduzco en silencio, no quiero presionarla. Si quiere contarme algo ella sabe que aquí estoy.

Suspira, llora, arruga el pañuelo, lo tira, saca otro, mira por la ventana, solloza, mira al cielo, murmura cosa para sí misma y así todo el camino hasta llegar al cementerio.

Esta vez no me deja abrirle la puerta porque nos bajamos al mismo tiempo y caminamos hasta los familiares y amigos de la chica que nos ha dejado.

Jayden, el padre de Katie, también está aquí junto a sus demás hijos.

Yo saludo de lejos con la cabeza y me mantengo a una buena distancia solo, mientras ella se va con sus destrozadas amigas.

Conozco gente aquí, pero no la suficiente como para acercarme a llorar a la pobre chica.

Jayden se acerca y palmea mi espalda poniéndose a mi lado, imitando mi postura de brazos cruzados, pero ninguno dice nada.

Los dos miramos a la misma persona con diferentes sentimientos, aunque en común con el de lástima.

-¿Se lo has dicho ya, Ian? -Me dice sin dejar de mirar a Katie.

-¿Qué? -Me resulta extraña la pregunta.

-Pregunto que si ya le has dicho a mi hija que estás enamorado de ella. -Me mira.

-No estoy enamorado de ella. -Miento con tanto descaro que duele.

-¿Eso quiere decir que no se lo has dicho? -Vuelvo la cabeza hacia Katie.

Llora abrazada a Abigail, Noah y Angy, las cuatro en un círculo, y no puedo evitar querer consolarla de la misma manera en la que lo haría Néstor.

-No, no se lo he dicho. -Confieso a Jayden que deja de mirarme para mirar a su hija.

Perdóname, mejor amigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora