Las nubes volaban con velocidad a través de un cielo que se le escapaba. Un manto gris cubría otro día, acompañando el ánimo de todos.
-¡Sixty-four!
-¡Aquí! -una bandeja con una ración de comida poco generosa le fue entregada.
-¡Sixty-five!
-¡Aquí! -otra bandeja igual a la anterior y con el mismo aspecto apetecible.
-¡Sixty-six!
También conocido entre sus compañeros como Sisix. 66 se acercó a la mesa de madera destartalada montada de mal manera en el centro del recinto, donde dos hombre fornidos y con cara de malas pulgas se encargaban de repartir las raciones de comida.
-¡Sixty-six! -pero nadie contestó.
El soldado rapado que repartía las raciones miró a dos hombre que tenía a su lado y asintió. Fueron directamente al barracón E128, donde 66 se aposentaba.
La puerta parecía atascada, algo insólito, ya que las puertas de los barracones debían ser engrasadas semanalmente y estaba terminantemente prohibido bloquear su acceso de cualquier forma.
No tuvieron miramientos, tiraron la puerta abajo y entraron atropelladamente.Lo primero que hicieron fue, con la ayuda de sus bayonetas, pinchar el colchón donde él solía dormir, por si se le había ocurrido la brillante idea de quitar el relleno y ocultarse dentro. El resultado fue nulo, ni una gota de sangre, así que siguieron buscando por el barracón.
El primer soldado que entró se llamaba Fritz. Llevaba en el ejército un par de meses. Realmente no le gustaba. Su padre lo había obligado a apuntarse porque quería que el adiestramiento militar lo curtiese y lo convirtiese en un hombre de verdad.
Una gota le cayó encima de la nariz, y lentamente levantó la cabeza. 66 estaba colgado en el techo, haciendo una fuerza sobrehumana para aguantarse en una viga. De repente, 66 se dejó caer con todo su peso que, aún estando más delgado que en sus tiempos de bonanza, no era poco. El soldado aturdido por la sorpresa que acababa de llevarse, no reaccionó a tiempo, y mientras su cuello se fracturaba con un chasquido horrible, en su cabeza pasaba un solo pensamiento: "Vaya mierda".
El segundo soldado, Hegel, se volteaba rápidamente para ver como un puño se acercaba a una velocidad descomunal hacia su mandíbula. El golpe lo desestabilizó, haciéndolo caer hacia un lateral, con los ojos en blanco y el maxilar inferior en una posición grotesca.
66 desnudó al primer soldado y se puso su ropa. No había hecho ruido, así que suponía que no enviarían una segunda patrulla hasta, como mínimo, diez minutos más tarde. Acabó de calzarse las botas militares y salió decidido por la puerta portando la bayoneta en el hombro. Ya quedaba menos para cumplir su promesa.
Subió la colina del campamento y las vio: se alzaban como monolitos solitarios, rodeadas de flores, encerradas por una verja de hierro, guardiana del silencio. Las piernas le flaquearon. Cerró con fuerza el puño alrededor de un objeto que guardaba celosamente. Una alarma sonó en todo el recinto. Debía darse prisa.
Saltó con facilidad la pequeña verja y andó con paso firme entre las tumbas. El frío empezaba a recorrer sus piernas... Tal vez no lo soportase, pero lo debía hacer... por él. En su mirada azul se veía la determinación... y la muerte. El destino de un hombre que cree no tener alternativa.
Era la más reciente, y la más brillante. Tímida, escondida entre tumbas anteriores; pareciese que no quería ser encontrada.
Aquí yace un buen hombre, de corazón puro y creencias firmes. Pro patria, pro vitam, pro mortem.
Apretó fuertemente la mandíbula. Ni siquiera habían podido poner algo digno en su lápida, algo que representase su alma. Cogió una piedra y golpeó con fuerza la inscripción hasta que fue ilegible. En su lugar, sacó una pequeña hoja de papel dónde había arañado varias líneas, dónde su corazón había llorado y gritado de frustración.
Aquí yace un hombre inocente, puro y bondadoso. Víctima de un mundo donde la violencia es el primer recurso ante la duda, víctima de unos titiriteros desalmados. Mundus est sanguinis. Papiliones die. Exsiccatum est.
Lo focos quemaron su sombra. Para él fue como una visión divina. Abrió el puño y dejó un pequeño reloj de bolsillo abierto sobre la tumba. Una foto de él y Marcus. Los dos sonreían y se cogían del hombro.
Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
-No podía irme sin devolverte el reloj, viejo amigo.
Extendió los brazo y alzó la cabeza.
-¡Podéis acabar con mi vida, hacer que mi cuerpo se convierta en ceniza... pero mi recuerdo, mi alma, será inmortal!
Se rió histéricamente y, susurrando dos palabras vacías al viento, dejó que las balas atravesaran su maltrecho cuerpo.
Su último pensamiento no fue sobre su vida, tampoco pensó en qué sería de su cuerpo. No tuvo miedo... lo único en lo que pudo pensar, fue en él.
Y aunque fueran delirios de un hombre muriendo, lo pudo ver entre las luces, diciéndole adiós.
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Terror a media noche
HorrorCómo describir la mezcla entre terror, delirio, gore, amor, dulzura... Ah, no nos olvidemos de la locura. "Terror a media noche" es un libro compuesto por historias breves, todas independientes entre sí, fáciles y rápidas (o no tan rápidas) de leer...