Unholy Carnival

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La estrafalaria caravana se detuvo a las puertas del pueblo. A pesar de ser un circo, no se oía un sólo ruido. Gibus miró las luces de las casas y sonrió: lo montarían allí mismo.

Apareció de la noche a la mañana: una carpa enorme, mucho más grande que el pueblo en sí, se desplegaba enfrente de sus casas.

Se oían trompetas, acordeones y animales varios. Los niños estaban excitadísimos, y los padres no podían negar que ellos también sentían cierta curiosidad. Poco a poco se fueron acercando a la gran carpa, dónde un sólo hombre custodiaba la entrada a ella.

-¡Señoras y señores! ¡Mi nombres es Gibus, el hacedor de sueños, y soy el propietario de éste, mi circo, Unholy Carnival!

Uno de los curiosos preguntó "¿Cuál es el precio?".

Gibus sonrió y contestó:
-La entrada es gratuita.

Un "Oooooh..." se escuchó entre los presentes.

-Los que quieran ver la función deben volver hoy por la noche. -Hizo un gesto grandilocuente con los brazos-. ¡Los esperamos a todos!

Esa misma noche el pueblo volvió a reunirse a las puertas de la carpa. A diferencia de la mañana, Gibus no se encontraba presente, en su lugar había un mono mecánico sosteniendo una gran lata de hierro. En la lata se leía "Deje lo que considere, y al mono no altere".

Un cartel de neón que rezaba "OPEN", empezó a hacer luces, y las cortinas de la carpa se abrieron tímidamente.

Un hombre impaciente, hizo a un lado a la gente que se interponía en su camino y entró resuelto a la carpa, sin siquiera molestarse en mirar al mono. Uno tras otro, lo fueron imitando y llenando el misterioso circo. El último en entrar fue un niño pobre, el cual al ver el mono sosteniendo la lata, se rebuscó en los bolsillos y dejó un caramelo que con tanto esfuerzo había conseguido. El caramelo resonó en la lata hueca con un "cloc" y el mono, acto seguido, hizo una voltereta. El niño, asombrado, aplaudió con una sonrisa y entró a la carpa.

Dentro, la temperatura era mayor: un pueblo entero se congregaba a lo largo de unas tarimas circulares que rodeaban una pista de arena. Apenas se veía nada, de la luz tan tenue que los rodeaba.

De repente, un foco se encendió para enfocar al mismísimo centro de la pista. En un abrir y cerrar de ojos Gibus estaba allí plantificado.

-Damas y caballeros... ¡Bienvenidos a mi circo: Unholy Carnival!

Unos fuegos artificiales brotaron de los laterales y formaron el nombre del circo. Una ovación del público recorrió la carpa.

-Muchos se habrán sorprendido por el precio de la entrada, es normal. Al ver el espectáculo lo entenderán-dijo sonriendo ampliamente.

-Y sin más dilación, ¡que empiece el primer número!

El foco se apagó y la oscuridad volvió a reinar. Un silencio expectante recorría los asientos de la carpa.

Un leve "clac, clac" se empezó a escuchar. Parecían pasos de madera. Una voz, la de Gibus, salió de todos lados:

-¡Demos la bienvenida a Cloethe y sus hermanos equilibristas!

Varios focos iluminaron la arena para dejar ver a los equilibristas que acababan de entrar. Había algo raro en ellos: se movían de forma tambaleante. Y algunos de los que estaban más cerca ahogaron un grito de incredulidad: habían visto qué eran. Marionetas de escala humana, provistas de tal detalle que parecían reales.

Las marionetas saludaron brevemente al público y subieron la escalerilla que los llevaría a lo alto de unos postes unidos por una fina cuerda.

Efectuaron su número increíblemente, dejando a los presentes con la boca abierta. Al finalizar su actuación, un aplauso ensordecedor los abrazó por parte del público.

Un número tras otro se fue ejecutando. Todos eran espectaculares en sí e únicos de igual manera. Aún así cada uno de ellos compartían una característica: ningún artista era humano, todos eran marionetas. Aunque eso era algo que al público no le importaba, ya que estaban viendo el mayor espectáculo de sus vidas de forma totalmente gratuita.

Finalmente, después de incontables números, la arena volvió a quedarse en silencio para dar paso a la voz de Gibus.

-¡Y por fin hemos llegado al espectáculo final y la razón por la que están aquí reunidos!-Hizo una pausa teatral-. El espectáculo se ha de renovar y necesito nuevos artistas.

Un murmullo de duda se esparció por el público.

-Entrar a Unholy Carnival era gratuito... ver el espectáculo no. - El murmullo se convirtió en gritos de queja e indignación-. Sólo uno de vosotros ha pagado un precio justo; los demás costearéis la entrada.

La oscuridad en la carpa aumentó, y las salidas se sellaron. La lona que los encerraba parecía de acero. De la nada empezaron a salir los artistas del espectáculo, pero había algo aún más raro en ellos: sus cabezas de marioneta gritaban y lloraban.

-¡Soy Gibus, el marionetista del alma! ¡Y vosotros seréis mis nuevos juguetes!

Gritos de pánico y horror se escuchaban en cada rincón. Muchos corrían y golpeaban la carpa inútilmente. Las marionetas acorralaban a cada persona sistemáticamente, y lo arrastraban sin apenas esfuerzo hasta una caja de colores que parecía no tener fondo.

Los gritos acabaron cesando, y el único que quedaba en las gradas era el niño que había dado lo único que tenía para ver el espectáculo.

-No creas que ha sido indiscriminado -dijo Gibus-. Cada uno de ellos se lo merecía. Soy el marionetista por excelencia, aquél que imparte la justicia y ofrece diversión. Soy Gibus y mi espectáculo, entre las sombras, volverá a alzar el telón.

El niño articuló una única palabra:

-Enséñame.

Gibus sonrió, y con una risa que hizo eco en cada rincón del pueblo, le tendió la mano al niño, y éste se acercó hasta dársela cual hijo a su padre.

Un nuevo aprendiz había nacido.

Los vecinos del pueblo, ahora convertidos en marionetas, aplaudían la decisión del niño con una sonrisa de madera.

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora