Finum Eterna

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- Hermano, deja ese cuchillo. Sabes cómo acabaremos los dos si ésto continúa.

- No hay marcha atrás. El dolor que siento no es comparable a todo lo que me has hecho.

- ¡N-n-no sabes lo que dices! - dijo con el tono cada vez más agudo.

- Finum Eterna, hermano.

Con un rápido movimiento del brazo que portaba el cuchillo, se lo hendió entre las costillas torácicas.

Sangraba.

- H-her... her... hermano... - susurró entre gorgoteos de sangre.

De la camisa blanca del asesino empezó a formarse una marca escarlata.

- Finum Eterna, lazos unidos. Acabo con tu vida a costa de la mía - dijo tosiendo sangre -. Pero tú morirás antes que yo, siempre has sido más débil.

Sus ojos ya no enfocaban, empezaban a desorbitarse hacia el extremo superior de sus cuencas oculares.

Se desmayaba para no levantarse jamás.

Finum Eterna, el castigo (o salvación) impuesto a la humanidad por no haber demostrado madurez como raza.

Habían sido diezmados: de miles de millones habían pasado a cientos de miles. Los avances tecnológicos se habían detenido y la regresión era plausible. La raza humana estaba condenada a la extinción.

En un último intento por no desaparecer, no se supo si Dios o los pocos científicos que quedaban, vincularon a los últimos vestigios de la humanidad: cualquier agresión se veía reflejada en uno mismo. La violencia ya no era gratuita.

La pena de muerte quedó obsoleta, nadie quería dar la vida por un criminal. Ya no había peleas callejeras, violencia doméstica, golpes sin sentido. Todo debía ser calculado al milímetro.

El fenómeno fue llamado Finum Eterna.

Se hicieron pruebas muy enrevesadas: alguien mandaba a otra persona que le dijera a una tercera de herir a alguien en particular. Toda la cadena resultaba herida como resultado.

Programaron robots para hacer el trabajo sucio. Programadores, interesados y todos los que habían participado resultaban mal parados.

La frustración acabó haciendo mella: dejaron la violencia por la fuerza.

La sociedad fue reconstruida sobre unos nuevos valores. Las noticias ya no contaban asesinatos ni agresiones de ningún tipo, la gente paseaba tranquila por las calles.

Los malvados tenían miedo, ya no eran libres, eran perros con bozal, un bozal que estrujaría su cráneo en caso de sobrepasarse.

¿Era una sociedad pacifica construida sobre el terror? Tal vez, pero era paz, al fin y al cabo.

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora