Parte I: Welcome
Rosh Terrance, abogado, metro setenta, delgado, de constitución débil, 32 años, casado con Mery Lebon, no tiene hijos. Ahora mismo se está paseando por Las Ramblas con la mandíbula colgando, renqueando, emitiendo algún que otro resoplido y moviendo de vez en cuando los brazos espasmódicamente. Qué suerte que yo no haya acabado así, es más, me estoy planteando dispararle con mi francotirador a ver si acabo con su agonía... Y de paso practico el tiro al blanco. No me mires así Rosh, tú sabes que quieres una bala en la cabeza, ¡me lo estás pidiendo a gritos! En fin, como soy piadoso, creo que te puedo dejar escapar si levantas la pierna izquierda hasta la cintura en los próximos tres segundos. 1... 2... No, Rosh, el que se te caiga una mano no cuenta... Y... 3. Y el eco de la bala disparada a través del largo cañón del francotirador resonó en toda la manzana, haciendo girar la cabeza a más de un zombie en todas las direcciones posibles. Pero desde el tejado de uno de los edificios más altos de Las Ramblas, Riddle Swort, 30 años, antiguo miembro del Club de Lectores, condecorado con decenas de medallas al que más bebió en una fiesta y graduado en desarrollo 3D en videojuegos, era indetectable. Y aunque hubiese llamado un poco la atención disparando, ninguna otra alma que pareciese viva había reaccionado ante el ruido. La antigua ciudad de Barcelona había sido tomada por los muertos vivientes. Ahora es conocida como Zombie City.
Swort acomodó su hamaca en el tejado, desplegó la sombrilla con una facilidad pasmosa y se dispuso a echarse una siesta. Los días eran muy aburridos... Des de que la civilización se había ido al garete, no podía pasearse a su gusto por las calles de Barcelona, más que nada porque estaban infestadas de zombies... Además, uno de sus pasatiempos favoritos, internet, también se había esfumado... Los satélites no recibían la atención necesaria y al cabo de poco tiempo se estropearon o simplemente se salieron de orbita. La ciudad nunca estaba en silencio... ¡Cuánto añoraba el silencio! Siempre escuchando el choque de cuerpos muertos contra objetos, o contra ellos mismos, emitiendo ruiditos guturales, como si les saliesen del fondo de la garganta... ¡Así no había quien pudiese relajarse! ¡El único pasatiempo que tenía que era dormir (aparte de hacer algún disparo ocasional con el francotirador) y no podía disfrutarlo por culpa de los estúpidos zombies! Se incorporó en su hamaca y miró hacia la Sagrada Familia por encima de los otros edificios: era un espectáculo ver algunas de sus torres caídas, bloqueando las calles circundantes. Lo mismo pasaba con la torre Agbar: aquél edificio que tantas burlas había recibido por su forma de... bueno, no hace falta decir que forma tenia, lo importante es que ahora estaba partido por la mitad. Y lo sorprendente es que la otra mitad reposaba centenares de metros más allá, lo que hacía pensar que no se había caído, sino que la habían desplazado tácticamente.
Swort dio un bufido y se pasó la mano por la frente... Estaba siendo un verano caluroso y estar todo el día en el tejado no ayudaba a sobrellevarlo. Aquél edificio donde se encontraba Swort en realidad estaba medio lleno de zombies, pero a lo que él le importaba es que no se llenase de zombies el tejado, terraza superior, o como queráis llamarlo. Des de las alturas del edificio podía escudriñar todos los rincones de Barcelona (o prácticamente todos). Os preguntaréis por qué Swort se escondía en los tejados: por lo general las casas de Barcelona suelen tener un tejado accesible mediante alguna escalera comunitaria interior o exterior, y lo bueno de que no sean muy grandes es que, con un poco de práctica, se puede saltar de un edificio al otro y seguir atrincherado si se ve que el anterior edificio podía llegar a ser peligroso. Los tejados eran los lugares más seguros que habían quedado después del desastre. Los suministros ya eran otro cantar... Para conseguirlos necesitaba bajar a los supermercados o tiendas que hubiese cerca, y eso comportaba un riesgo importante. Era morirse de hambre o morir devorado por alguno de los flacuchos putrefactos de allí abajo. Pero el riesgo valía la pena: normalmente había tiendas pequeñas donde no había zombies cerca de la casa donde se estaba refugiando, por lo que podía coger provisiones rápidamente y salir sin problemas... Otras veces sí que había zombies y, si la cosa se ponía peliaguda, tenía que volver a los tejados más hambriento que cuando los había dejado y con un susto de aúpa. Otro factor a considerar era el cómo bajar de los tejados: o por la escalera interior (no muy recomendable), por la fachada (un tanto peligroso, pero menos que las escaleras interiores) ayudado por cuerdas y algún que otro arnés (además, para subir a los tejados es la mejor opción) o, la favorita: por tirolina. A primera vista parece lo más arriesgado, pero en realidad es muy sencillo montar una tirolina rudimentaria, simplemente se necesita un poco de puntería donde colgar un gancho con una cuerda resistente, una buena percha de metal y mucha suerte, ya que no hay freno al final, y si se calcula mal se puede acabar con algún que otro hueso roto... Pero la experiencia vale mucho la pena.
Mientras Rid cavilaba sobre qué iba a hacer en los próximos días, la puerta que daba al tejado empezó a combarse: alguien estaba haciendo presión des de la escalera interior.
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Terror a media noche
TerrorCómo describir la mezcla entre terror, delirio, gore, amor, dulzura... Ah, no nos olvidemos de la locura. "Terror a media noche" es un libro compuesto por historias breves, todas independientes entre sí, fáciles y rápidas (o no tan rápidas) de leer...