Bosque de Medianoche

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La noche era oscura, los rayos de luz lunar apenas se filtraban entre las densas copas de los árboles. El Bosque de Medianoche no era el sitio más idóneo para descansar, pero era el punto medio entre Deildarey y el puerto de Reistara, y era obligatorio pasar por él si no se quería dar un rodeo de varias jornadas. Se tardaba un total de tres días en viajar de un punto a otro en línea recta; una semana si se rodeaba el bosque. Tiempo era lo último que le sobraba a Agnar.

— ¡Bruma, Ceniza venid aquí! – bramó.

Silencio. Un leve movimiento entre los arbustos y allí estaban, dos colosales lobos postrados ante la hoguera que Agnar estaba encendiendo. Un aura de majestuosidad los envolvía: uno gris como un día nublado, el otro negro como la noche más cerrada. En la oscuridad del bosque era difícil entreverlos. Un incesante goteo manchaba de rojo carmesí la impoluta capa de nieve que cubría el suelo. Ambos lobos portaban conejos entre sus fauces. Agnar hizo un gesto con la mano y los dos lobos dejaron al unísono sus presas al lado de la hoguera, otro pequeño gesto y sendos lobos se estiraron junto a un tocón cercano.

Las primeras llamas empezaron a brotar fruto de la insistencia de Agnar. La luz rojiza iluminó el pequeño claro donde se encontraban. Los ojos de los dos lobos brillaron con intensidad mientras observan cómo su dueño, tras poner los dos conejos sobre las llamas, se sentaba sobre el tocón. El improvisado asiento parecía pequeño en comparación al colosal vikingo.

Con la mirada fija en las llamas de la hoguera, sus pensamientos se perdían en el día de mañana: debía llegar cuanto antes al puerto de Reistara y coger un bote a Gaular. Era una carrera contrarreloj y cuanto más se entretuviera peores serían las consecuencias. De forma inconsciente empezó a mover una pierna, dando pequeños golpes con el talón. Bruma, que tenía apoyada la cabeza sobre la nieve, alzó las orejas y miró a Agnar, a continuación se acercó hasta su mano e hizo que su suave pelo rozara las yemas de sus dedos. Agnar la acarició muy lentamente mientras notaba que sus nervios se diluían. El repiqueteo de la pierna cesó. Ceniza descansaba con los ojos semi-cerrados. Nunca los cerraba del todo, siempre estaba alerta.

El olor a conejo rustido hizo que la cabeza de Agnar volviera en sí. Se acercó hasta la hoguera y retiró los palos con los que los había ensartado. Uno de ellos era para él, el otro para Bruma y Ceniza. Los tres disfrutaron del bocado en silencio. No era la mejor de las cenas, tampoco había tiempo para algo mejor. En cuanto el Sol asomara al alba debían ponerse otra vez en camino.

El vegvísir que tenía tatuado sobre el dorso de su mano brillaba ligeramente con una luz blanquecina. Era un círculo del cual salían ocho tridentes de diferentes formas. Se lo tatuó su padre a los doce años, cuando consideró que había alcanzado la madurez, y lo acompañó de una frase que siempre recordaría: "Hijo, el vegvísir será tu guía en el mal tiempo, será tus ojos cuando estés ciego, tu luz cuando la oscuridad te rodee". El dorso le quemaba ligeramente, su destino estaba más cerca.

Se levantó del tocón, alzando algo de nieve a su alrededor, y cogió unos cuantos trozos de madera que había preparado previamente, añadiéndolos a la hoguera. Las llamas debían aguantar algo más, no debía dejar que la oscuridad los rodeara. Las criaturas que habitaban las sombras no se acercarían si había luz. Ahora debía descansar o su cuerpo no aguantaría la extenuación a la que lo estaba sometiendo. Intentaría dormir, como hacía cada día, y lo conseguiría a pesar de las innumerables pesadillas que lo acechaban.

Pasaron varias horas de duermevela hasta que un gruñido lo alertó: era Ceniza, había detectado algo. Astuta y recelosa Ceniza, siempre se podía confiar en ella. Rápidamente se incorporó, hacha en mano. Bruma ya se había desperezado y miraba fijamente al punto en el cual Ceniza centraba su atención. Los dos lobos se habían avanzado varios metros, mucho más cercanos a la linde del claro.

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora