Sacrifice [Completo]

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-¡Muere y renace como un ser divino, Elaniel!-dijo el Sumo Sacerdote.

La sala estaba muy oscura y apenas se veía a más de un metro. Las velas arañaban las sombras. Elaniel estaba sobre el altar recibiendo el Don.

El Culto recitaba un salmo en voz baja. Los Sumos Sacerdotes se habían reunido para consagrar al nuevo Ascendido. Elaniel abrió los ojos, iluminado por un haz de luz. Su iris era rojo, antes, hacia poco tiempo, no lo había sido. Él, un Ascendido, un elegido. Extendió sus alas negras y apretó los puños. Notó el inmenso poder en cada uno de sus músculos, notó el poder fluir por  su cuerpo: había renacido, había dejado de ser el humano que era. El aire vibró, su mirada glacial entró en contacto con el Sumo Sacerdote Noël. El sacerdote asintió bajo su capucha y Elaniel entendió el mensaje. Se agachó y apoyó sus puños en el suelo. Varias grietas aparecieron bajo su fuerza. El suelo temblaba ligeramente. Una ventisca recorrió la sala, apagando todas la velas y dejando en la más densa oscuridad a todos los presentes. Elaniel ya no estaba.

-¡Elaniel, espérame! -gritó Sara desde la puerta de la universidad- Te has dejado el estuche bajo el pupitre.

-Ah, gracias Sara. Estos días tengo la cabeza en otro sitio... Me despisto fácilmente.-dijo Elaniel con media sonrisa.

Elaniel no era un chico feo, pero tampoco era una hermosura. Llevaba unas gafas que ocultaban sus ojos, tenía varios granos producidos por el acné (nada muy visible tampoco), de pelo enmarañado, alto y de espaldas anchas, pero estaba tan delgado que daba la sensación que en cualquier momento podría romperse. Aún así, relucía cierto encanto. Sara lo había visto en él. Era un hombre despistado, con un fuerte sentido del deber, muy buena persona... pero últimamente, desde que había entrado en la universidad, su mirada se había enturbiado.

Sara era una chica normalita, no destacaba en ningún rasgo en particular. Era de estatura media, de ojos color avellana, sonrisa traviesa, delgada. Sara no tenía ninguna afición en especial, pero disfrutaba con los placeres cotidianos: viendo una película, escuchando música...

Sara se situó al lado de Elaniel y le tendió el estuche. Sus manos se rozaron levemente y ambos dieron un ligero respingo. Se miraron por una fracción de segundo, donde el uno y el otro se dijeron mucho más de lo que nunca podrían llegar a verbalizar.

-¿Te importa que te acompañe un rato? Tu casa creo que queda cerca de la mía.

-No, no, que va, no me importa.-dijo Elaniel atropelladamente.

Su corazón se había desbocado, y un leve tartamudeo se había apoderado de sus palabras.

Sara se puso al lado de Elaniel, feliz, pensando que ese día se estaba convirtiendo en uno de los mejores días de su vida. Hablaron durante largo rato. Sus pies los llevaban por el camino más largo siempre, de forma involuntaria. Un ambiente mágico flotaba entre ellos dos. Por primera vez en su vida, Elaniel empezaba a creer que podía existir una persona que podía amar y lo amase a él también, o eso esperaba al menos. Desde que habían salido de la universidad, las horas habían ido deslizándose rápidamente, haciendo que el viejo astro Sol fuera dejando paso a la bella Luna. Ahora solo quedaban leves rastros anaranjados en el firmamento. El precioso manto oscuro de la Luna se apoderaba del cielo una noche más. Los dos se quedaron boquiabiertos con la cantidad de estrellas que se podían observar esa noche. Rara vez el cielo estaba tan despejado y la contaminación lumínica era tan baja. Sara deslizó su mano hasta entrecruzar sus dedos con los de Elaniel, con timidez. Elaniel se sobresaltó al principio, pero después cogió con ternura sus delicados dedos. Se miraron. Detrás de esas gafas, Sara pudo ver los preciosos ojos azules de Elaniel y perderse en ese mar de sentimientos. Elaniel miró a Sara y se zambulló en sus ojos avellanados. Ninguno de los dos podía apartar la mirada. Sus cabezas se fueron aproximando lentamente, con nerviosismo y timidez a la vez. Se estaban dejando llevar por todas las emociones que habían estado reprimiendo. Los labios, a pocos centímetros los unos de los otros, ya saboreaban el suave tacto del beso, anticipándose con excitación.

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora