Grand Gatsbyel

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AVISO: La siguiente historia contiene un alto contenido "gore". No apta para estómagos débiles.

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El hombre se acercó al cartel y leyó "Grand Gatsbyel". Era un cartel de madera muy viejo, roto por varios sitios, mohoso y apenas legible.

-Qué gran día me espera.- dijo Larrange con un tono irónico.

Larrange se había perdido en el bosque y había decidido adentrarse más en éste para encontrar algún camino que lo llevase de vuelta a su pueblo.

Larrange era un chico espabilado, un tanto nervioso y poco asustadizo. Siempre llevaba una chapela en su cabeza, un chaleco de cuero y unos pantalones muy desgastados por el tiempo.

Siguió el "camino" que indicaba el cartel, ya que el "camino", no era más que una pequeña senda que costaba seguir, apartando matas y dando pequeños rodeos a rocas enormes que se interponían en el camino hasta dar con éste otra vez.

El olor fue lo primero que le llegó: podredumbre. Se le arrugó la nariz con solo haberlo olido una vez. Y así como llegó el olor, se presentó la puerta principal del pueblo. Una gran verja de metal, oxidada, con los goznes a punto de salirse. Larrange empujó la verja y un chirrido desgarrador vibró en el aire. Un hombre, de aproximadamente dos metros, delgado, más bien esquelético, con un bigote pajizo, un sombrero de copa y unas gafas totalmente negras, se acercó a Larrange cojeando.

-Bienvenido, viajero, soy Lacroix, el alcalde de éste pueblo. Te preguntarás por el olor a podrido... Los viajeros no estáis acostumbrados. Este olor -le brillaron los ojos con orgullo-, representa la esencia del pueblo, el esfuerzo de esta gente por sobrevivir.

¿Sobrevivir? ¿A caso no vivían bien en este pueblo? La verdad es que si te fijabas en las casas, todas eran de madera y estaban sucias, pero lo que más impresionaba era una construcción titánica tapada con una tela blanca.

-Disculpe, ¿qué están construyendo? -preguntó Larrange.

-Es un asunto completamente fuera de sus quehaceres, no creo que le interese para nada.-contestó Lacroix con sequedad.

-De acuerdo... -dijo Larrange confuso- La verdad es que me he perdido y trato de encontrar algún camino que me lleve de vuelta a Tussoau, ¿lo conoce?

-No me es familiar, no obstante, le invito a quedarse esta noche en nuestro querido pueblo, verá que la gente es muy especial.- contestó Lacroix con media sonrisa en la boca.

Sin motivo aparente a Larrange le vino un escalofrío en la espalda. No tenía una buena sensación de aquél pueblo.

Después de estar vagando por las calles de Grand Gatsbyel sin encontrarse con nadie más por ellas, llegó la noche y se reunió en el salón principal. Parecía que era tradición celebrar la cena todo el pueblo junto. La gente no era normal en el sentido estricto de la palabra. Tenían el pelo muy oscuro, llevaban ropas muy grises, no hablaban y no alzaban la cabeza, solo miraban sus platos con comida grisácea.

Lacroix se levantó de su silla presidencial para decir unas palabras:

-Ciudadanos de Grand Gatsbyel, hoy tenemos entre nosotros un viajero que, desafortunadamente, se ha extraviado de un camino y se ha perdido en el bosque. Por eso, ha sido invitado a que pase con nosotros esta gran noche y festeje la Noche de los Mil Huesos.

A Larrange cada vez le gustaba menos la situación en la que se encontraba. ¿Y qué era eso de la Noche de los Mil Huesos? Sonaba muy siniestro.

De repente, los ciudadanos se levantaron a la vez y lo miraron. Pero no lo miraron de una forma normal, lo miraron como si lo evaluaran, como si lo estuvieran desmembrando con la mirada. La puerta del salón principal se abrió de golpe con gran estrépito, y por ella entró un hombre gris enorme, con la cara tapada por una capucha, tirando de una jaula con barrotes. Pero la jaula no llevaba un animal dentro... ¡Había una persona encerrada!

Terror a media nocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora