Capítulo 7

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Deambulaba por las calles, como casi siempre. Subí a los balcones de los tantos edificios que habían y saltaba de uno en uno. Manteniendo el equilibrio. Pasé por una habitación, casi nunca me percato en las habitaciones de las personas, pero esa vez algo me hizo mirar por la puerta de vidrio que separaba. Era el dormitorio de un chico, parecía de color azul, tenía un escritorio donde descansaba una computadora y algunos libros, un armario algo viejo, un pequeño estante donde habían más libros, una mesa de noche con una lámpara y finalmente su cama donde él estaba profundamente dormido junto a su perro. Me fijé en el perro, era blanco con gris y mucho pelo, se me hizo conocido al instante, miré al muchacho que dormía plácidamente en su cama y no dudé que era Abraham.

Odié haberme fijado. Pero odié más lo que iba a suceder después, había abierto la puerta y estaba caminando hacia su dirección.

Me lo quedé viendo un largo rato mientras dormía, su respiración era algo irregular, sus ojos se movían rápidos, como si estuviera teniendo una pesadilla y no podía despertar.

Quise salir de ahí y lo hubiera hecho si hubiera actuado cinco segundos antes, puesto que Abraham de despertó de golpe y sus ojos se toparon con los míos.

– ¿Ariadna? –Preguntó, confundido. Se frotó los ojos, se sentó sobre su cama y volvió a mirarme. – ¿Qué haces aquí?

–Lo siento, ya me voy. –Tonta, tonta, tonta.

Antes de que pudiera escapar de su vista, Abraham se puso de pie y me tomó de la muñeca.

–No te vayas, por favor. –Suplicó mirándome directamente a los ojos. –No me quites esta oportunidad.

–Abraham, tú no entiendes, yo no puedo...

–Entonces explícamelo.

–Es muy largo y no sé si deba.

–Tengo mucho tiempo si no te has dado cuenta –esbozó una sonrisa y señaló todo a su alrededor para saber que no estaba haciendo nada importante, aparte de dormir –y, si está prohibido explicármelo como tú dices, simplemente hablemos de otra cosa como... el clima.

– ¿El clima? –Inquirí algo dudosa.

Algo en mi sabía que no debía contarle cosas a alguien que recién conocía, pero otra parte de mi estaba ansiosa por hablar con alguien con que pueda intercambiar más palabras que con un niño.

–Está bien –sonreí –me quedaré.


El amor de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora