Capítulo 23

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Enfermo.

Abraham estaba enfermo y no me lo había dicho.

Me sentía engañada.

– Pe–Pero se recuperará ¿cierto? –Pregunté con algo que no supe definir en ese memento. Tal vez... ¿miedo?

Miré hacia mi novio y este bajó la cabeza, apartándose de mi mirada.

– ¿Abraham? –Insistí y sentí como mis ojos comenzaron a cristalizarse y a arder.

Se podría decir que en ese momento tuve ganas de llorar, como los humanos solían hacer a diario.

– ¿Podemos hablarlo en privado? –Preguntó Abraham, más para sus padres que para mí, pero de todas maneras asentí. –Permiso.

Abraham arrastró su silla y se puso de pie, luego me ayudó y ambos nos dirigimos a su habitación.

Cuando llegamos, él la cerró con seguro.

–Ahora ¿me puedes explicar todo, por favor? –Pedí con una extraña emoción entre amargura y tristeza.

–Cupido, yo... yo estoy enfermo. –Dijo poniéndose nervioso.

Se sentó en el borde de su cama y no me miraba directo a los ojos como si estuviera avergonzado.

–Eso ya lo sé, pero por qué todos se pusieron así.

–Es que... mi enfermedad –pensó por un momento, como buscando las palabras adecuadas –mi enfermedad es para siempre, moriré con ella.

–O sea, ¿nunca te curarás? –Inquirí, preocupada. –Pero no te hará nada malo ¿cierto? No te
... no te matará ¿cierto?

Abraham se quedó callado y solo eso bastó como respuesta.

– ¿Por qué no me lo dijiste? ¡Vas a morir Abraham y no me lo dijiste! –Estallé, sentí como las lágrimas se comenzaron a resbalar por mis mejillas ¡estaba llorando! –¿Que esperaba? ¿Que un día venga y me digan "lo siento, Abraham murió"?

–Cupido, yo...

– ¡No, Abraham! ¡Me mentiste y con algo muy grave!

– ¡No quería que me trates diferente, mierda! –Gritó él haciendo sobresaltar y quedarme callada. –No quiero que por esta estúpida enfermedad me traten diferente.

Un silencio nos inundó, hasta que la palabras comenzaron a salir se mi boca.

–Yo no te hubiera tratado diferente, Abraham, –susurré aun sin parar de llorar –hubiera hecho que estos meses sean mejores.

–Y lo han sido. –Finalmente me dio una mirada. –Te juro, Cupido, que estos han sido los mejores meses de mi vida.

Sin decir nada más, avancé hacia él y lo abracé.

– ¿No pueden hacer nada para curarte? –Pregunté entre sollozos.

– Yo ya lo acepté, mis padres ya lo aceptaron y están bien con eso, sinceramente no tenía nada que perder... hasta que apareciste tú y de verdad lo siento mucho. –Contestó poniendo mis manos en mis mejillas y obligándome a mirarlo. –Te quiero como nunca he querido a nadie, Cupido.

– Yo también te quiero mucho, Abraham.

Me besó.

¿Abraham iba a morir y yo solo tenía que aceptarlo? No, no era posible. Tenía que hacer algo, pero ¿qué?

El amor de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora