Capítulo 11

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Ya lo había confesado y de algún modo -muy extraño -me sentía bien y liberada. Como si un peso se hubiera quitado de mí. Aunque una oleada de preocupación me invadió casi al instante en el que se lo dije ¿ahora qué pasaría? Nunca había confesado que era Cupido, tampoco era necesidad ya que los niños no me preguntaban y los animales no me hablaban.

-¿Q-Qué quieres decir? -Tartamudeó Abraham con los ojos desorbitados.

-No soy humano, soy Cupido, Abraham, ese que flecha a las parejas. -Dije hablando más despacio para que me entienda.

-No, tú no puedes ser Cupido, Cupido es una bebé con pañal -Abraham se tomó de la cabeza y negó varias veces. -Cupido no existe.

-Si existo, Abraham, me puedes ver y yo a ti.

-Esto no es verdad, Ariadna -Abraham colocó sus manos en mis hombros y me miró a los ojos -escucha, conozco a algunas personas que también les pasa esto, se meten en su personaje y piensan que de verdad lo son, pero no. No eres Cupido.

Mi paciencia había llegado al límite, si no quería escuchar mis palabras, vería que estaba diciendo la verdad. Me deshice de su agarre y ante su atenta mirada, caminé firme hasta la orilla que nos separaba del vacío.

-¿Qué piensas hacer? -Me preguntó el chico con -lo que reconocí- temor en su voz.

-Demostrarte que soy Cupido. -Dije y sin agregar más, me tiré.

Escuché como Abraham gritó mi falso nombre y como sus pasos cuando corrió hacia donde había estado. Sin embargo, su imprudencia hizo que perdiera el equilibrio y cayera también junto a mí. No lo iba a permitir.

Mis alas se desplegaron y comenzaron a batir para darme equilibrio, estiré mis brazos para atrapar a Abraham, este cayó en seco sobre mí. Tenía los ojos cerrados y temblaba un poco.

-¿Ahora ya me crees? -Inquirí.

Abraham abrió primero el ojo derecho y después el izquierdo, sorprendiéndose con lo que estaba viendo, su mirada se dirigió hacia abajo y vio el vacío, mis alas se movieron haciendo que tome altura y regrese a donde estábamos.

-Eres Cupido. -Comentó él después de que lo haya dejado en el piso. Mis alas se retrajeron. -¿Cómo es eso posible?

-No lo sé, solo sé que un día desperté y tenía las alas y el arco con flechas doradas y plomas -me encogí de hombros -ni siquiera sé por qué me puedes ver

-¿Soy el único que te veo?

-Si -me senté en el césped -aunque a decir verdad me gusta que alguien pueda verme.

Abraham sonríe y su sonrisa se me contagia, aunque esta se le borró de la cara después de un rato.

-¿Quieres decir que la gente me estaba mirando hablar solo en la calle? -Preguntó algo asustado.

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El amor de CupidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora