Capitulo 43

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—Vamos, Laura, tienes que cenar algo —pongo las manos en su cintura y la muevo suavemente para despertarla. Llevo días peleando para que coma. Se pasa las horas durmiendo y está volviendo a perder peso.

—Déjame, estoy muy cansada —se hace un ovillo entre las mantas. La radioterapia la tiene agotada y de mal humor. Hemos discutido varias veces por tonterías. Gracias a Dios que solo le queda una semana para terminar.

—No, necesitas recuperarte. Si no te alimentas será más costoso —retiro las ropas de la cama y tiro de ella. Protesta, pero finalmente gano. Cuando llega al salón, se queda mirando al plato de sopa de arroz que he preparado y arruga su frente.

—Álex, ¿por qué no lo dejamos para mañana? Ahora mismo siento náuseas —hace un intento de volver a la habitación, pero la detengo.

—Llevas días así y ya no pienso permitirlo —la riño—. Mira qué ojeras tienes —señalo sus ojos—. Debes poner algo de tu parte, ¡estás quedándote en los huesos!

—Bla, bla, bla... —levanta sus manos, molesta, y se sienta en la silla. Toma la cuchara y comienza a juguetear con ella. Tras unos segundos sin ver intención, acaba con mi paciencia.

—¡JODER! —me pongo nervioso y se la quito. Meto la cuchara en la sopa, tomo un poco y se la acerco a la boca—. ¡Abre! —pone sus ojos en blanco y resopla—. ¡Que abras la boca! —levanta una ceja y sonríe. Cada vez que hace eso sé lo que viene después.

—Solo si me haces el avioncito —ahora el que pone los ojos en blanco soy yo. Me tiene desesperado y ya no sé qué más hacer.

—¿Quieres que juguemos? —digo, cabreado—. ¡Pues vamos a jugar! —lanzo la cuchara contra el plato, salpicándolo todo. La levanto de la silla y me siento yo. Me mira extrañada. Antes de que pueda decir nada tiro de ella y la siento sobre mis rodillas—. ¿Quieres el avioncito? ¡Pues vamos a darle el avioncito a la niña consentida!

—¡ÁLEX! —grita y ríe a la vez.

—¡A mí no me hace ni puta gracia! —forcejea. La inmovilizo sobre mí con una de mis manos y con la que tengo libre cojo de nuevo la cuchara. La cargo de sopa—. ¡ABRE! Brrrr —la levanto y hago ver que vuela. Debo estar ridículo, pero no me importa. Estalla en carcajadas y aprovecho que tiene la boca abierta para volcar el contenido en ella. Traga con dificultad por las risas. Vuelvo a cargar la cuchara—. Brrr... ¡ABRE! —lo mismo—. ¿Esto es lo que querías? —no contesta. Está demasiado ocupada tratando de no atragantarse mientras ríe fuertemente—. Brrr —repito la acción varias veces más.

—¡Vale! —niega con su cabeza—. ¡Vale, me rindo! —vocaliza con dificultad—. Ya lo hago sola —dice mientras sigue riendo, y la dejo libre. Se pone en pie, toma una servilleta de papel y seca su boca. Tiene granos de arroz por todas partes—. ¿Y luego la loca soy yo? —suelta cómicamente.

—¡Es porque me alteras! —respondo mientras tomo otra servilleta. Yo también tengo la ropa manchada—. Estoy exasperado, Laura —miro sus enormes ojos verdes—. Tienes que entender que no soy una persona paciente y estoy haciendo todo lo que puedo. Trato de comprenderte y pongo todo de mi parte, pero necesito que me ayudes un poco —suspiro—. Sufro cuando estás así —digo más calmado. Me acerco a ella y la tomo por la cintura. Deja de sonreír y baja su mirada—. Eh, no hagas eso. No pretendía hacerte sentir mal —tomo su barbilla y levanto su cara.

—No deberías estar haciendo esto. Te estás echando una carga sobre los hombros que no te corresponde.

—No empecemos —ha estado utilizando ese tipo de frases durante las últimas semanas. Está sufriendo algunos bajones emocionales, pero de momento, aunque con esfuerzo, estoy consiguiendo reponerla. Apoya su cara sobre mi hombro y la abrazo.

El tormento de Álex - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora