Capitulo 51

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Al igual que me ocurrió con Natalia, la primera impresión al verle me impacta. Aunque está arropado, veo cómo salen de su cuerpo varios tubos y cables. Puedo oír el pitido de lo que parece su corazón a través de una máquina y siento que me vengo abajo.

—Álex... —pongo las manos sobre mi boca y comienzo a llorar. Una punzada de culpabilidad se asienta en mi estómago y apenas me deja respirar. Por mi culpa está así.

—No te asustes demasiado cuando le toques. Estará muy frío. Es porque acaba de salir del quirófano y por la sedación.

—¿Está en coma? —pregunto asustada. No quiero pasar por lo mismo.

—No lo sabemos todavía, Laura.

—¿Cuánto tiempo lo tendréis así? ¿Cuándo podremos saber si está...? —las lágrimas vuelven a mis ojos.

—Hasta mañana no le retiraremos la sedación. Será entonces cuando sepamos realmente cómo funciona su cerebro —asiento—. Te dejo a solas con él. Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras, ya he hablado con las enfermeras y no habrá problema.

—Gracias, César —me quedo mirando fijamente a la puerta cuando se marcha. No sé cómo afrontar esto. Debería ser yo y no Álex quien estuviera ahí. Me salvó la vida y ahora es la suya la que está prendida de un hilo—. «¿Por qué tuve que ser tan impulsiva?». Ahora es cuando entiendo su tormento y el por qué no quería estar con otra mujer. Estoy pasando casi por lo mismo en este momento. Si algo llegara a pasarle, me sentiría tan en deuda con él que sería incapaz de rehacer mi vida o mirar a otra persona. Solo estaría él y su recuerdo.

Acaricio su cara y, como me advirtió César, está tan frío que parece sin vida. Beso su frente y no me gusta la sensación que siento en mis labios. Me recuerda demasiado a la que tuve cuando besé a mi madre por última vez antes de que cerraran su ataúd. Mi corazón se encoje con la idea de que podría perderle en cualquier momento, y lo único que quiero es estar a su lado. Acerco una pequeña banqueta que hay en una de las esquinas y me siento muy cerca de él. Tomo su mano y trato de hacerla entrar en calor. Parece que hubiera estado sujetando una bolsa de hielos con ella.

Las siguientes horas las paso mirando al monitor que tiene conectado a su pecho. He contado más de diez mil latidos varias veces y me siento agotada. Apoyo la cabeza en la cama y cierro los ojos, intentando dormir un poco.

De pronto, el cuerpo de Álex se mueve extrañamente. Me incorporo y compruebo horrorizada lo que está ocurriendo. Está convulsionando.

—¡ÁLEX! —grito y me pongo de pie. Trato de sujetarle para que no se dañe, pero es imposible. Su boca sangra y el monitor comienza a pitar mucho más rápido. Sin pensarlo salgo del cuarto y corro a pedir ayuda—. ¡ENFERMERA! ¡ENFERMERA! —la chica de recepción de la planta está al teléfono y cuando me ve cuelga y entra a una pequeña sala donde pone Enfermería. Tres chicas uniformadas salen a atenderme.

—¿Qué ocurre? —preguntan.

—¡Es Álex! ¡Algo está pasándole! —corro de nuevo a la habitación y me siguen sin preguntar más. Por mi expresión saben que no miento. Cuando abro la puerta sigue igual que le dejé. Dos de ellas se echan sobre su cuerpo y meten algo en su boca.

—¡Pásame una cánula! —vocea una de ellas—. Sus dientes están cortando la lengua —hay sangre por toda la almohada.

—¡Mierda! —dice la más bajita—. ¡Llamad al médico! ¡Debe de ser un coágulo! —la tercera sale rápidamente de la habitación para buscarle.

De pronto el monitor comienza a hacer cosas raras. Los latidos de Álex ya no son regulares. Destapan su cuerpo y puedo ver que está envuelto en vendas.

El tormento de Álex - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora