Capitulo 5

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Saber que César ha vuelto me relaja. Esta noche dormiré plácidamente en una cama. El asiento del coche está haciendo estragos en mi cuerpo y mi espalda lo agradecerá. Conduzco hasta el hotel. Abro la puerta de mi habitación y pongo todas mis cosas en una mesita. Me echo sobre la cama dejando salir un gruñido interno. Estirarme sobre el colchón es tan doloroso como placentero. Estoy realmente cansado.

Me quedo mirando la lámpara del techo. Los pequeños cristales verdes que cuelgan de ella me recuerdan a los ojos de Laura. Su mirada se me ha grabado a fuego. Mi mente comienza a divagar. «Mierda». Me siento rápidamente. Tengo que sacarla de mi cabeza como sea. Decido que es el momento de darme una ducha. Estoy a punto de terminar cuando mi móvil suena. Enrollo una toalla alrededor de mi cuerpo y salgo a buscarlo. Es un mensaje de un número que no está en mi agenda.

Hola, musculitos, ¿me echabas de menos? Espero que no te importe que le haya robado tu número a Natalia.

No hace falta ser muy listo para saber de quién se trata. Miro el teléfono, incrédulo. «Lo de esta mujer no tiene nombre». Me quedo pensativo durante unos segundos. «¿Debería responder?». Mi respiración se acelera. Suelto el aparato sobre la mesita como si quemara. Ni siquiera debería haber pensado en hacerlo. Jamás faltaré a mi promesa. Abro las sábanas de la cama y me acuesto. Necesito apagar mi cerebro, hoy ha sido un día duro.

Pasan las horas y por más que lo intento soy incapaz de conciliar el sueño. Laura se pasea libremente por mis pensamientos y no puedo dejar de pensar en ella. «¡Maldita sea!». Pongo la almohada sobre mi cara. Cuanto más trato de pensar en otra cosa, más clara veo su imagen. Ese vestido rojo ceñido a su cuerpo me está intoxicando. Cuando por fin estoy quedándome dormido, suena la alarma. Resoplo. Es hora de levantarse y estoy agotado. La carrera comenzará en un par de horas. Me preparo y salgo de la habitación. Toco en la puerta de César. Su cuarto está pegado al mío.

—¿Qué le pasa a tu cara? ¿Te ha visitado el monstruo del armario? —César se mofa.

—No tiene ninguna gracia —digo malhumorado—. ¿Por qué coño no me has llamado estos días? —hasta ahora no he tenido ocasión de hablar con él—. He estado preocupado, tu móvil siempre aparecía apagado o fuera de cobertura.

—Puff —niega con su cabeza—. Erika lanzó mi teléfono contra la pared y quedó inservible.

—Vaya... veo que se ha recuperado muy rápido. ¿Por qué razón hizo eso?

—La descubrí husmeando en él y tuvimos una gran discusión —mira al vacío recordándolo—. Todos vuestros números los tenía grabados ahí, y no tuve forma de comunicarme con vosotros hasta que regresé.

—¿Descubriste qué es lo que buscaba?

—No tengo ni idea. Imagino que estaría leyendo mis mensajes.

Me quedo pensativo. Es todo muy extraño. Caminamos en silencio hasta el coche y conduzco hasta la casa de Natalia. Dejo a César en la puerta y continúo hasta el circuito. Quiero revisarlo todo antes de que lleguen. Por lo que me han contado, se agrupa mucha gente allí y sería más difícil después. Aparco cerca de las pistas y camino despacio observándolo todo. Hay varios puestos de bebidas. Todo ha cambiado en apenas unas horas. Parece otro lugar. Los minutos pasan y llega más gente. Tras inspeccionar la zona, decido colocarme cerca de un árbol. El nivel del suelo ahí es más alto y puedo ver mucho mejor. El móvil vibra en mi bolsillo.

Estamos llegando.

Es un mensaje de César. Giro a mi derecha y les veo. Laura viene con ellos. Mis pulsaciones se aceleran y trato de calmarme. Cuando salen todos del coche, se dispersan y preparan algunas cosas. Al cabo de un rato, vuelven a reunirse en uno de los chiringuitos de bebida fría. Natalia y Laura caminan hacia alguien. Mis puños se cierran al descubrir que ese alguien es Miguel Ángel. César se queda con los demás, imagino que después de lo de anoche mi amigo también tiene ganas de matarle y prefiere no tenerle delante. Unos minutos después, veo cómo Natalia camina hacia las pistas. La competición va a comenzar. He perdido de vista a Laura, pero no me preocupo, tengo localizados a quienes tengo que proteger. Suena el pistoletazo de salida y todos los coches arrancan al mismo tiempo. Tras dar varias vueltas, compruebo que a Natalia no se le da nada mal esto; está adelantando a los demás apenas sin esfuerzo alguno. Ha conseguido colocarse en el tercer lugar.

—¿Qué haces aquí? —mi corazón se para casi al instante. Reconocería esa voz hasta debajo del agua. Me ha descubierto.

—Desde aquí tengo mejor vista —digo sin volverme. La tengo a mi espalda.

—Vaya, tienes razón. Las vistas son impresionantes —ríe. Sé que está mirando mi culo. Aprieto fuertemente los dientes y trago saliva.

—Vuelve con ellos. Me apetece estar solo —su presencia me altera tanto que no puedo centrarme en lo que estoy haciendo. Oigo sus pasos acercarse y se coloca a mi izquierda.

—Eres muy grosero. Me recuerdas al Pitufo Gruñón.

—¿Y lo dice Pitufina? —oigo cómo ríe.

—Vaya, tienes sentido del humor. ¿Lo dices por el color de mi pelo? —toma uno de sus mechones y lo mira.

—No, lo digo por tu molesta voz.

—¿Se puede saber qué te pasa? —cruza los brazos a la altura de su pecho y se coloca delante de mí. Cuando sus enormes ojos verdes se posan en los míos, todo pasa instantáneamente a un segundo plano. No sé qué es lo que debe estar viendo en mi cara, pero su expresión cambia de enfado a extrañada.

Varios gritos nos alertan. Corto el contacto visual con ella y miro rápidamente hacia el circuito. El coche de Natalia ha salido de las pistas y se dirige al público. Salta por los baches. Busco entre la gente a César y veo que está arrodillado junto al padre de Natalia.

—¡Mierda! —grito y salgo corriendo hacia ellos.

—¡Dios mío, José! —oigo decir a Laura, pero no me espero y la dejo atrás.

Llego hasta Natalia y trato de calmarla. La pobre chica está histérica. Sus hermanos no están mejor. Por lo que puedo comprobar, su padre ha sufrido algún tipo de fallo orgánico. César está practicándole la respiración cardiopulmonar. Todos nos apartamos para dejar paso a la ambulancia.

—¡Álex! ¡Al helipuerto! —me grita César—. El recorrido al hospital es demasiado largo para hacerlo en carretera.

«Mal asunto», me digo. Asiento y levanto a Natalia del suelo. Está totalmente desolada.

—Vamos. Tu padre tiene que volar —necesito que reaccione. César va con ellos—. ¡Vamos! —tiro de ella y corremos hasta mi coche.

Veo a Laura tranquilizando a los hermanos, y suben al vehículo de Miguel Ángel. Todos nos dirigimos al helipuerto. Nada más llegar, Natalia abre la puerta y sale corriendo. Tengo que correr tras ella, pero consigue llegar hasta su padre antes de que pueda alcanzarla.

—¡Papá, tienes que aguantar! —llora. Los hermanos también le gritan ánimos—. ¡Tienes que salir de esta! ¡Papá, por favor! Por mamá, por tus hijos, te queremos... —sus palabras me llegan. Varios recuerdos vienen a mi cabeza. Trato de no pensar en ellos, no es el momento. Aparto con delicadeza a la chica de su padre. Puedo hacerme una idea de la impotencia que siente.

—Hay que dejarles trabajar —le digo.

—¡Nooooo! —grita de nuevo al ver cómo colocan las palas del desfibrilador sobre su pecho y el helicóptero despega.

—Ya me encargo yo —oigo decir a César. Toma a Natalia en brazos y monta en el coche con ella.

—Vamos al hospital, Álex —arranco y conduzco hasta allí.

Cuando llegamos, César consigue hablar con los médicos. Parece que no hay buenas noticias y la única solución es esperar. Las siguientes horas serán decisivas. Hablan entre ellos, lloran y se abrazan. Laura y Miguel Ángel están apartados, entienden que deben dejar a los tres hermanos tranquilos. Es un momento muy íntimo y entre ellos saben apoyarse bien. Me siento fuera de lugar y decido salir a la calle. Necesito aire, todo esto me está afectando. Casi una hora después, César me llama al móvil.

—Álex, tienes que volver al pueblo y traer a la madre de Natalia.

—De acuerdo. ¿Cómo sigue?

—Está bastante fastidiado...

—Pobre hombre... Voy a por ella —nos despedimos.

Guardo mi teléfono en el bolsillo y cuando levanto la mirada me encuentro con la de Laura.

—¿Vas al pueblo a por Pilar?

—Sí —contesto secamente. Estoy prácticamente paralizado. Intento evitar por todos los medios que descubra cuánto me afecta su cercanía. Realmente hasta yo estoy sorprendido, jamás me he sentido así.

—Voy contigo.

El tormento de Álex - (GRATIS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora