Postal de Navidad.

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Eslay

24 de diciembre del 2030.

Me despierto sin necesidad de una alarma, pues un brazo golpea con fuerza mi cara antes de acomodarse alrededor de mi cuello, acompañado por una pierna sobre mi abdomen. Abro mis ojos perezosamente, y el cuerpo a mi lado se acurruca contra mi costado, soltando un pequeño suspiro somnoliento, y no puedo hacer más que sonreír. Madre e hija duermen de la misma manera, pero al menos me toca de a una cada vez… Y esta vez es Evolet quien me intenta asfixiar mientras está dormida.

Es pequeña, a penas cumplió cuatro años el cuarto mes de año, pero su fuerza es increíble y, dormida o despierta, sabe cómo utilizarla. Termino dejando escapar una risa silenciosa por la nariz y envuelvo un brazo alrededor de su pequeño cuerpo para lograrla hacer subir a mi pecho, y acto seguido, como si pudiera intuir que el espacio ha sido liberado, River se acerca más a mi cuerpo y se acurruca como lo estaba nuestra hija. Su mano toca la mía en la espalda de nuestra pequeña, y deja escapar un suspiro somnoliento.

Sin poder evitarlo dejo un beso suave sobre su frente. Está haciendo mucho frío fuera, pero yo me siento como si estuviera hirviendo en una hoguera; River y Evolet son como unas pequeñas estufas. Dejo otro beso sobre River, esta vez en su mejilla, y entonces dejo otro… y otro, y otro. Hasta que por fin abre sus ojos perezosamente y de mala gana.

Un gemido gutural se deja oír a modo de protesta. Claramente no quería despertar tan temprano, pero si yo tuve que hacerlo, ella también.

—¿Por qué, Eslay? —se queja en voz baja y ronca para no despertar a Evolet—. Es veinticuatro, bebé, no tengo que trabajar.

—Pero yo sí, y no quiero irme sin darte un beso… consciente.

Se queja, pero igual se arrastra hasta arriba, llevando una mano a mi mejilla y dejando suaves caricias. Amo cuando hace eso, no ha dejado de hacerlo casi desde que nos conocemos, y es el tacto más suave y dulce. Ella es increíble desde que no la cago todo el tiempo.

—¿Tienes que trabajar? —cuestiona con pesar, dándome un puchero adorable—. Yefrem y Evolet querían que los ayudaras a terminar el mega muñeco de nieve infinito.

—¿Te refieres al gusano que está en el patio? —cuestiono con una sonrisa, y ella golpea mi hombro con suavidad, haciéndome reí.

Es un muñeco de nieve extraño. Yefrem y Armin se pusieron a armar un muñeco de nieve infinito, por lo que hay varias bolas de nieve la una detrás de la otra, y Evolet se encargó de ponerle patas con Donovan, solo porque sí. Y como Yefrem es Yefrem, y ama cualquier cosa que haga su hermana, no dijo nada al respecto y solo la dejó crear lo que ahora se encuentra en nuestro patio.

—Es el arte de tus hijos, ni te atrevas a decirles que parece un gusano.

—¡Ah, entonces me estás dando la razón!

—No —se apresura a decir, y deja un dulce beso en mis labios—. Solo te digo que no te atrevas a cuestionar el muñeco de nieve de nuestros hijos —susurra contra mis labios, tentándome a besarla profundamente. Lo único que me detiene es nuestra hija sobre mi pecho.

De pronto la puerta de nuestra habitación se abre con un golpe sordo del picaporte contra la pared. Ambos dirigimos la vista hasta ella, mientras Evolet levanta su cabeza, despertándose sobresaltada y con un enorme puchero.

Yefrem tiene una expresión de terror mientras sostiene a Buddy, el cachorro de san bernardo que Aleksei le dio a ambos para el día de acción de gracias. Puedo ver que quiere decir algo, pero al ver a su hermana su expresión se relaja y puedo ver el suspiro que deja escapar, aliviado. Decir que es sobreprotector con su hermanita es un eufemismo.

De un Mafioso | Clan Crawford #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora