6. Una lágrima se asoma.

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Sofía

Mi mente estaba distraída cuando ese día lo vi entrar al salón con una muleta en su brazo derecho y con una venda ajustada entorno a su tobillo. Justo al entrar creo que buscó a Gabriel el cual no había llegado y enseguida miró a donde solía yo sentarme, solo pude ver como con sus labios decía: «Hola». Le contesté de la misma forma, siguió y tomo su asiento.

Gisell no se contuvo de hacer la indiscreta pregunta de por qué él cargaba ese vendaje. Se veía extraño verlo cargar un zapato si y en el otro pie no. Le conté lo sucedido y quedó un poco asombrada del sólo saber que él había visitado la iglesia, ya que al parecer a la vista de Gisell era un tanto asocial y extraño.

Ese día lo observé muy solo porque Gabriel nunca llegó a clases. Me propuse acercarme un poco ese día para hacerle compañía. Devolverle el favor que el hizo por mi cuando me tumbaron en la entrada de la universidad, por decirlo así.

Aunque me sentiría un poco extraña hablando con él, de hacer algo solo por devolver un favor, ya que muy pocas veces cruzábamos palabras, a excepción del día que me visitó en la casa, y sin embargo esas conversaciones eran efímeras. Así que tomé valentía para acercármele, se lo propuse a Gisell y su respuesta fue negativa. No di atención y proseguí con lo pensado.

Ya habiendo terminado la primera clase me acerqué a él. Me detuve frente a él y un poco asombrado me miró alzando la vista hacia arriba, ya que estaba sentado.

—Hola, ¿Cómo estás? —Pregunté, dando el saludo con la palma moviéndose de un lado a otro.

—Bien, gracias a Dios —Contestó.

¿Gracias a Dios? Era extraño escuchar a alguien que no asistiera a una iglesia decir eso, no es que fuera malo decirlo pero solo que las personas dicen esa frase sin tener completa atención todo el contexto que tiene.

—Ah que bueno, me alegra. Emm pero... ¿Cómo está tu tobillo?

—Normal, por los momentos cargo esta venda —Señaló su tobillo— porque no quería perder clases hoy. Menos los talleres que dijo ese profesor que no se iban a poder recuperar —Argumentó.

—Pero tú podías faltar, tienes justificativo médico.

—Sí, lo sé. Pero igual no puedo ser de esas personas que por cualquier cosa ya se andan muriendo, no puedo ser así. A menos que realmente me esté muriendo.

—No seas exagerado —Reí— Por cierto ¿y por qué Gabriel no vino?

—No lo sé, no me ha escrito ni nada —Miró su celular y lo colocó sobre el mesón del pupitre.

—Ummm ya. —No supe que más decir.

¿De qué otra cosa podía hablar? Él no podía caminar mucho, imaginaba que por eso no había salido del salón o era por la ausencia de Gabriel. Aunque invitarlo a salir del salón no sería mala idea.

—¿Quieres salir afuera?

—¿Pero a dónde? —Me contestó con otra pregunta.

—Pues allí a uno de los banquitos que están en la placita —Dije.

—Está bien. Vamos.

Salimos. Intenté ayudarlo a que se apoyara en mi hombro, pero al parecer le dio pena. Iba usando todas sus fuerzas para caminar, sentí un poco de lastima por él de no dejarse ayudar. Paramos un momento para descansar y seguimos.

Al llegar, tomamos asiento, de nuevo sin entablar conversación. En parte me había arrepentido de haber pensado hacerle compañía ese día. Realmente no sabía de qué conversar. Mientras el silencio me abrazaba al fin pude detallar su piel, piel morena... pero no tanto. Hermosa.

Instante (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora