37. Inquieto

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Albert

—Vaya, cámbiese y vuelve que aquí estaremos, no la vamos a dejar sola. Cualquier cosa te avisamos —Dijo Miranda.

—Pero... —Comencé a decir, pero fue tajado por la señal que hizo la mano de Miranda, haciendo seña de que me fuera. Se acercó a la línea de taxis de la clínica y habló con uno de los conductores.

—Albert ahí está. Váyase ahí. Ya está pagado —No supe que más decir, creo que no había más nada que decir o hacer. Asentí y me subí a la parte trasera del auto.

—¿A dónde va? —Preguntó el conductor.

—A la zona norte, en Brisas Crepusculares —Asintió, encendió el auto y arrancó.

—¿Quiere que encienda el aire acondicionado? —Preguntó. Había frío fuera, pero no el suficiente como para calmar el calor que tenía en ese momento.

—Sí, por favor.

El conductor presionó un botón en el tablero del auto y las ventanas delanteras ascendieron a su límite, luego giró un botón y las corrientes de frió aire artificial comenzaron a correr entre los asientos del auto hasta llegar a mi pecho. Hasta ese momento que iba en el taxi no me había fijado en mi reflejo justo en la ventana de la puerta trasera derecha. Estaba mirando hacia afuera, pensando, preocupado por como estaría Sofía en ese momento hasta que enfoqué mi vista en el reflejo, me veía ahí recostado en un asiento, con las piernas abiertas, camisa bien elegante pero arrugada, con manchas negras por todo mi pecho, como si hubiera recibido una puñalada. Volví la vista al retrovisor del frente, el conductor pareció notar lo que hacía.

—Puede bajar los espejos que están ahí en la parte de atrás —Señalo arriba de mi cabeza. Miré y había dos espejos recogidos, iguales a los que se encuentran en los asientos delanteros del auto. Desplegué uno y la mancha que hacía rato era negra, ahora se había vuelto de un rojo triste y espeso en la tela de la camisa.

El taxi me dejó frente a la casa, por confusión le iba a pagar de nuevo con el poco dinero que tenía, pero él mismo me recordó que el viaje ya estaba pago así que me bajé y entré a mi casa.

Me dirigí al baño me quité toda la ropa que cargaba y el agua de la ducha me envolvió por completo, me sentí como un arcoíris al que el color le es absorbido, pero era el sudor que iba saliendo de mi cuerpo. Iba a mi cuarto pero recordé la ropa sucia que me había quitado ¿Tendría que botarla o las manchas de sangre se borrarían? No lo sabía, decidí dejar que la tina se llenara y tiré toda la ropa ahí. Me fui al cuarto me puse ropa ligera. Levanté el colchón de mi cama y ahí estaba el sobre de mis ahorros, no sé cuánto tenía, sé que era lo suficiente como para volver a pagar un taxi y llegar a la clínica. Saqué unos cuantos billetes los distribuí por los bolsillos de mi pantalón. Salí a la calle, pagué un taxi y llegué a la clínica.

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Ya había pasado un día completo. Parecía cosa de nada.

Al llegar a la clínica y ver el resto de los familiares que también habían llevado a mis compañeros allí me enteré de toda la información detallada de lo que había sucedido: Dos estudiantes muertos, entre esos Moisés y otro, siete heridos, entre esos Sofía. Y quien conducía la camioneta era una mujer ebria, además de drogada. Ya la policía la había detenido y tomaba las acciones correspondientes. A pesar que jamás en mi vida vi esa mujer, en mí creció un odio completo por ella, que le había quitado la vida a unos y dejado heridos de gravedad a estudiantes que estaban a punto de graduar. Destruir sus vidas, fuera temporal o para siempre, era algo que quizá sería difícil... casi imposible de perdonar.

Instante (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora