Albert
Todo un día sin saber de qué otra manera, aparte de estar feliz. Me había dado pena despedirme de Sofía como debía ser, pero la presencia de su padre —Aunque no estaba mirando— Me intimidaba. A pesar que el camino hasta allí no había sido nada fácil, no iba a permitir que tan fácil se fuera. Y como aquel dicho: El que persevera alcanza. Se había hecho realidad. Fui parte estadística de «La tercera es la vencida».
Envuelto en el aire de aquellas calles camino a mi casa, comenzaba a ver todo de distintas maneras. Desde diferentes puntos de vista. Si me habían dicho que la perspectiva de muchas cosas cambiaba, pero nunca llegué a creerlo, hasta que me estaba pasando. Parecía detallar un poco más las cosas, como las flores —Cuyo aroma se colaba sutilmente por la cavidad de mis fosas nasales— de la vecina de Sofía, la que estaba a distancia de dos casas de por medio. El color del pelaje largo del cachorro con el que jugaba una niña mucho más adelante, un color entre amarillo y crema. La sonrisa de la niña, dientes perlados aún de leche por su edad, supuse.
Así me la pasé en todo el recorrido, detallando muchas cosas las cuales no le había dado la importancia muchas veces, como muchas cosas de las que vivimos normalmente, y sin importancia o por rutina no lo hacemos.
No sabía si esperar más tiempo para contárselo a mi familia, en especial a mí madre o contárselo justo al momento de llegar a casa. Gabriel también tenía que estar al tanto de lo que estaba pasando. Estaba descuidando un poco la amistad de mi mejor amigo.
Ese día llegué a la casa y no hice más que encerrarme a ver televisión. Cosa rara, pero era más lo que pensaba que lo que veía. Totalmente distraído.
Al día siguiente luego de despertar tarde, de un profundo sueño, escuché los perros de a lado ladrar. De seguro andaban dejando correspondencia. Fui al baño, lavé mis dientes, me cambié de ropa y bajé directamente al patio para saber cuál había sido nuestra suerte ese día. Luego de recoger algunos sobres en el buzón llegué a la puerta frente a mi casa, sentí un olor salado unido a aliños al vapor. Posiblemente mi madre estaba cocinando. Entré y el mismo aroma —Cuando bajé no lo había sentido— se hizo más intenso llenándome de placer aromático. Ah, Que olor era aquel. Me dirigí directo a la cocina y tal como había pensado ahí estaba mi madre preparando una cazuela con arroz para que acompañara al pollo que se estaba cocinando en el horno. Si algo amaba de la casa, aparte de muchas cosas, era el cómo cocinaba mi madre.
—¡Hola! —Dije sorprendiéndola al pisar con el pie derecho la línea que dividía la sala de la cocina.
—Albert —Me reprimió—, no me asustes así.
—Lo siento —Reí naturalmente.
—¿Tienes hambre? —Preguntó.
—Sí.
—Por cierto, pensé que volverías rápido ayer. Tardaste más de lo que pensé. ¿Pudiste encontrar a Sofía?
Avancé hasta sentarme en la silla individual del mini bar que había en la casa. Apoyándome con los brazos y hablé:
—Sí, yo también pensé que duraría menos, y sí, la encontré. Por eso fue que me tardé, nos quedamos hablando un rato y... —Ya estaba comenzando a meter la pata. Quería contárselo, pero aún no estaba listo para hacerlo— pues fuimos a la heladería esa que queda cerca de la iglesia, conversamos un rato y de ahí la acompañé a su casa y aquí estoy.
—Ah que bien —Respondió.
Sentía que si me quedaba allí me comenzarían a salir las palabras de golpe y serían muchas para poder detenerme luego, así que para prevenir, preferí alejarme del sitio donde podía estar en riesgo de hablar de más.
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Instante (Terminada)
General FictionPodría ser el amor perfecto entre ellos, si Sofía siquiera mantuviera una relación con Albert. Pero no, son simples conocidos que estudian la misma carrera universitaria. Ella está intentando superar su pasado mientras que se centra en sus...