15. Necesito hablar contigo

30 5 2
                                    

Albert

Todos me miraron cuando entré al salón, sería el último día con el yeso en mi pierna y todos comenzaron a rallarlo.

La note a ella, allí con su libro, creo que aún no sabía que compartíamos gustos. Se veía tan hermosa, su cabello suelto, cayéndole por el hombro formando una cascada de hebras marrones.

No me había visto. Lo más seguro es que no, y eso me alegró. Después de todo estaba leyendo y sé lo que es eso. Perderse profundamente entre las narraciones que te muestra el escritor y sentirte espectador o protagonista de la historia.

—Bueno tome asiento y no se quede parado —Me dijo el profesor. Reaccioné, aún estaba de pie cerca de la puerta.

Lo hice, me senté dos pupitres detrás de ella por la fila que tenía ella a la izquierda.

¿Ahora qué pasaría? No lo sabía. Muchas de las cosas que se viven no se anticipan. Y las que se anticipan, así sea previendo lo que podría suceder, nunca salen como se esperan.

Gabriel se acercó a mí y comenzó a hacer preguntas, pero me hice sordo a sus palabras, lo supe porque vagamente escuchaba susurros. Además no quería que pasara lo de la otra vez. Me sumergí en el mar de mis pensamientos. Tenía que decírselo, tenía que hablar bien claro con ella, ¿Pero qué le diría? Lo que tanto había pensado de ayer. ¿En dónde? En donde sea, en el momento que sepa pueda estar solo con ella. Sé que podría volver a ser insultado o herido interiormente, más de lo que ya estaba.

—Alumnos,saquen sus herramientas de trabajo y hoja ministro.

Comenzó a pasar de pupitre en pupitre mirando las mesas, y dejando una hoja multigrafiada con las preguntas del examen, incluyendo hacer un organigrama.

Yo había estudiado, pero no lo suficiente, eso creía. Teniendo la hoja frente a mí, no sabía por dónde comenzar. Sentía que sabía algunas, pero los nervios, de quien sabe porque, no me permitían copiar. Comencé a mirar a los lados, vi el profesor sentado mirando por todas las filas. Antes que me mirara volví a mi examen.

Inicié respondiendo —Al fin—. Mi lápiz comenzó a moverse ágilmente por sobre la hoja. Marcando casillas, escribiendo respuestas que realmente pensé no podía o sabría responder.

A penas terminé y me levanté algo emocionado:

—¡Terminé! —Exclamé con la hoja derecha por encima de mi cabeza.

Todos pararon unos segundos para lanzar miradas de «¡Estás loco!» o «¿A quién le importa? Ya cállate». Luego de notar esas miradas, fue que caí en cuenta de lo que acababa de hacer. Bajé la mano lentamente, mientras me acerqué al profesor y le entregué la hoja, éste me miró igual que el resto, le dio un vistazo a la hoja y la metió en su carpeta. Salí del salón y me fui a sentar en la placita del patio.

Decidí mejor ir a sentarme y esperar a que Sofía saliera, bajo aquel árbol en la entrada de la universidad. Caminé hasta llegar y me senté donde siempre. Algo en mis pensamientos hacía que mi corazón se acelerara, lleno de adrenalina,esperando el momento y lugar adecuado para decirlo que realmente sentía por ella.


Las únicas veces donde había sentido que mi corazón se había acelerado del mismo modo, fue cuando mi padre me enseñó a montar bicicleta. Hizo que me sentara, tenía las ruedas de ayuda, pero eso no permitía que la bicicleta se inclinara hacia un lado. Allí estático, sin siquiera tocar ningún pedal. Me motivó a hacerlo, asegurando que él estaría tras de mí para asegurar que no me caería y si llegaba a pasar él estaría para detener mi caída. Desde la acera, cuando ya nadie caminaba él me dijo que lo hiciera, yo comenzaba y él iba a mi lado previendo cualquier accidente. Lo hice varias veces ese día, hasta que instó a quitarle una de las ruedas, la derecha. No dije nada. Pedaleé con menos confianza, en un momento sentí que se iba hacia el lado donde la rueda ya no estaba, y papá solo me detuvo con la palma haciendo que recuperara el equilibrio. Días después hice lo mismo, con una sola rueda de ayuda. Luego de un par de vueltas me dijo que estaba listo para montar bicicleta sin ninguna rueda. Interiormente no lo creía, sentía que esa rueda se tenía que quedar o no podría montarla. Igual lo hizo. Además me aseguró que igual que las otras veces el estaría tras de mí. Me monté, ahí si era él quien sostenía con una mano el asiento por la parte baja y con la otra en el manubrio. Contó hasta tres. Me dio un empujón y comencé a pedalear como si ya lo hubiera hecho antes de esa manera. Una alegría, un susto junto con la adrenalina corría por mi cuerpo, mis pies. Me extrañó no escuchar su voz alentándome. Así que no pude resistir y giré la cabeza un poco a la izquierda a ver si notaba su sombra. No estaba. Apreté el manubrio como si de ello dependiera mi vida. Papá pareció darse cuenta que noté su ausencia y ahí fue cuando comenzó a gritar:

Instante (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora